Historia: «Los errores políticos de Atanasio», capítulo 5 de Guinea. Los últimos años, de Francisco Elá Abeme. Edit. Centro de la Cultura Popular Canaria. 1983.

LOS ERRORES POLÍTICOS DE ATANASIO (*)

  1. A) Su casamiento con Marta Moumié.

Cuando empiezo este capítulo en el que, como «atanasista» que fui por pura convicción, deseo criticar la actuación política de ese gran hombre de estado que fue el Secretario General del «MONALIGE» me sangra el cora­zón. Nunca creí que vería fisuras y más que fisuras esas grandes grietas en su obra política. Y, a pesar de ello, seguiré admirándole, no ya por lo que pudo haber hecho -que nunca se sabe-, sino por lo que de bueno hizo por Guinea.

Desgraciadamente, los políticos no son los humanos que no se equivocan; al contrario, se da la paradoja de que a veces pocos humanos son tan torpes como los políticos. Son los que piensan por los demás, por el pueblo; disponen de las vidas y haciendas ajenas; se creen eternos; son los sabios, los que todo lo hacen bien; se hacen dioses; fundan credos; hacen tabla rasa dé todo lo que no les conviene o no les gusta; los demás, los gusanos de los administrados, no saben nada, no pueden hacer nada. Se dirigen al pueblo cuando le piden su confianza, su poder, y una vez obtenidas estas dos cosas, el pueblo ya no cuenta; para los políticos, el pueblo es su patrimonio. Claro que esa camisa no sienta a Maclas o a Idi Amín lo mismo que a un lord inglés.

El político no es consciente de que sus errores arrastran a los pueblos; él mismo podrá morir y se le llorará, lo malo es que muera o llore todo el pueblo.

Por eso el político debe estar en condiciones de derrochar ingenio, vi­sión de futuro y caminar con pies de plomo, aunque piense con la celeridad del rayo.

 

El compañero Ndong lo hizo todo bien, tan bien, que se sintió autosuficiente y por eso no consultaba. Y cuando lo hacía, no sé si por falsa modestia, no escuchaba; y si escuchaba, no atendía. Es como si cumpliera con un trámite inútil y molesto.

La autosuficiencia es el peor pecado de un político. Le llevará a rodearse de individuos que no le discuten nada; al contrario, que le asienten todo por complacerle y obtener su favor.

A lo largo de sus quince años de exilio, Atanasio acumuló todos los conocimientos políticos. Tuvo tan sólida formación política que dudo que haya en Guinea y a corto plazo otro político de su talla.

Pero una larga ausencia desconecta a cualquiera de la realidad, y ya no sólo del país que se ha dejado concretamente, sino de todas las circunstancias generales que envuelven a la nación.

Guinea Ecuatorial por su situación, su población y su propia independencia, está condicionada por la Historia a estar en buenas relaciones y entenderse plenamente con Camerún, Gabón, Nigeria y Sao Tomé.

 

Quizá no se gane gran cosa por esas amistades, pero se perdería mucho sin ellas. Haciendo fronteras con Guinea Ecuatorial tenemos a Camerún, uno de los países más difíciles de África, por su composición y diversidad pero uno de los países más maduros, políticamente hablando, quizá el más estable y equilibrado.

El Presidente del Camerún, Ahidjo, ha sabido conjugar, como quizá no lo hubiera hecho ningún intelectual, y él no lo es, la inmensa variedad de un país que es conocido, con razón, por su fauna, clima, composición geográfica y étnica como una mini África, para obtener un país que, si se prefiere, puede clasificarse como económicamente desarrollado, aunque está en vías de desarrollo; pero no obstante ello, muchos quisieran estar social, política y culturalmente como el Camerún.

Y es curioso, me he convencido de ello cada vez más, tomando a Camerún como ejemplo, que la libertad conquistada es la que más se valora. Como el dinero ganado con el propio esfuerzo y no por regalo o lotería.

¿Hubiera sido mejor que España no nos sirviese la independencia en bandeja?

¿Nos hubiera arrebatado Macías la libertad tan fácilmente, si hubiéramos tenido que luchar por ella allí en nuestro lugar, entre el Ntem, Kié y Wele, en la falda del Pico de Santa Isabel, en la ribera del Mitemele, en la selva toda?

 

Todo lo que Camerún tiene hoy de ecuanimidad y equilibrio político, lo obtuvo sudando sangre.

 

Primero combatió a los alemanes, tras montar el macabro número de Ambam, cosa típica de ellos, donde en un día ahorcaron a nueve jefes de tribu; atacó a Francia, estando el Camerún con carácter de fideicomiso de la Sociedad de las Naciones bajo la administración francesa; después, alcanzada la independencia, sofocó una belicosa oposición de U.P.C. -Unión de Pueblos Camerunenses- y que encabezaba Moumié, Um Nyobe, Ouan-dié y Mayim Matip entre otros.

 

Ahora, vencida esta pesadilla, Camerún respira aire de alivio. Es un país que ha ganado a pulso el respeto del mundo.

 

Aunque sigue el régimen genético africano de partido único, hay que reconocer que el existente, llamado U.N.C., no es un partido creado desde arriba; fueron las bases de muchas fuerzas políticas las que quisieron unir, sus esfuerzos bajo una línea única.

Y aún así es el único país africano en que se habla de oposición y se practica la autocrítica y discusión en el seno del partido.

Ahidjo es hoy respetado y venerado por el pueblo, por lo bien que lo ha hecho en medio de tantas dificultades.

 

No entro en problemas internos, como en el último sonado proceso de Yaundé en que fue condenado a muerte Monseñor Alberto Ndongmo, por haber propiciado un golpe de estado contra Ahidjo.

 

Hoy, Monseñor Ndongmo está libre, mientras que Monseñor Nzé Abui, Obispo de Bata, fue expulsado de Guinea, y ahora se encuentra exiliado, sólo porque tenía un parentesco con Atanasio Ndong.

 

¡Qué diferencia tan abismal! Y hay que preguntarse: ¿De quién toma ejemplo Macías?

 

Como se sabe, el líder marxista camerunés Félix-Roland Moumié, murió según rumores, envenenado por el médico de cabecera en Suiza, creo que al principio de la década de los sesenta; su cuerpo, embalsamado, está hoy en Conakry en espera de que se autorice su entrada en Camerún para ser enterrado en su país.

 

Moumié, con otros líderes «basa» -su grupo étnico-, así como algunos «bamiliké» -otra etnia poderosa del país-, encabezaba la belicosa oposi­ción que tuvo primero el Gobierno de Mbida, luego, y de forma alarmante, el de Ahidjo, y tan importante fue esa oposición, que se temió por la viabilidad de la independencia camerunesa.

El General de Gaulle echó un cable a Ahidjo enviando a paracaidistas franceses de la base de Brazzaville sobre Edea, ciudad industrial camerunesa, que los «maquisards» o guerrilleros habían convertido en la base de sus operaciones. En esta acción cayó Um Yobe con la tapa de los sesos volada.

Moumié estaba casado con Marta Moumié, una de las mujeres con mayores dotes políticas que he conocido. Marta dominaba el juego dé la política camerunesa tanto como su marido.

Por sus actividades políticas, y por la posibilidad que tenia de agrupar a los grupos étnicos que seguían a su marido para continuar la lucha, pues tiene esa capacidad rara en una mujer, Marta fue condenada a muerte en rebeldía en un proceso que tuvo lugar en Yaounde. Marta se encontraba exiliada entonces en Conakry, donde custodiaba el cadáver embalsamado de su marido. Fue allí, en dicha población de Conakry, capital de Guinea, la ex-Guinea francesa, o en un congreso que tuvo lugar en El Cairo, donde ella y Atanasio se conocieron.

Ndong era un político con mucho futuro en Guinea, conocía perfecta­mente la ineludible necesidad de entendernos con Camerún y mantener buenas relaciones, y no obstante esto, no tuvo reparo en tomar por esposa a Marta Moumié, viuda del más temido y odiado adversario político de Ahidjo, Presidente de Camerún.

Se podrá decir que esto del matrimonio es un asunto privado, una cuestión personal, un derecho que no se le podía negar. Eso es cierto, in­discutiblemente. Pero no hay que olvidar que la vida privada de un político, al ser un hombre público tiene repercusiones también públicas. Y por tanto, no caben ligerezas en ella. Y esto es especialmente significativo en África donde por especial idiosincrasia predomina la persona del líder sobre su programa político, el sentimiento de tribu sobre el de Nación.

Tratándose Camerún y Guinea de países limítrofes, y no solamente países con frontera común, sino con relaciones comerciales intensas, con grandes vinculaciones entre sus respectivos habitantes, al ser gentes de un mismo origen, arbitrariamente separados por una Europa colonialista, cualquier acción que pueda afectar las relaciones de los dos Estados debe ser sopesada.

Por tanto, las relaciones entre Guinea y Camerún habían de ser necesariamente frecuentes, y las actuaciones de Atanasio Ndong, como político, lo mismo Presidente, que ministro o embajador, hubieran creado dificultades por su matrimonio con Marta Moumié.

 

¿Se sentaría alguien del Gobierno camerunés a la mesa de una condenada a muerte?

 

Era indudable el estado de tensión que aquel matrimonio crearía para nosotros innecesariamente, las dificultades que por esa cuestión secundaria podrían suscitarse entre Camerún y Guinea.

Por eso, y por otras razones que ya expondremos, el Gobierno camerunés vetó a Atanasio Ndong desde un principio y pasó a apoyar a Macías, que no era bien mirado ni por la España metropolitana ni por la España colonial.

 

Ya no sólo la presencia de Marta Moumié en la vida personal de Atanasio, ni tampoco el hecho de que la gestión de Ndong Miyone podría signifi­car una incómoda competencia para el Camerún puesto que aquel podría atraer a los grupos «fang» de la rama «ntumu» de Camerún y Gabón, que podría hacer realidad la unión de todo el pueblo «fang-ntumu» bajo una federación o confederación de los países atravesados por los ríos Wele-Ntem. Como decimos antes, la presencia tan cercana de Marta Moumié, con la posibilidad de que esta mujer levantase a las tribus «basa» y «bamiliké» contra la Administración Ahidjo, obligaron muy explicablemente a Camerún a alejarse de Atanasio, cosa fatal en aquel momento.

El Comité Ejecutivo del «MONALIGE», los líderes exiliados de nuestro movimiento, lo entendieron así, y así se lo dijeron a Atanasio, como me lo confirmó el maestro Don Benito Mengüé Nvumba Bidang; pero Atanasio Ndong no los atendió. Un gravísimo error.

 

El «MONALIGE» nunca aprobó dicha unión, a pesar de que no dejaba de reconocer los beneficios que el talento y la gran eficacia política de Marta podrían aportar al Movimiento. Pero era de esperar y temer dificultades con un país, que no había escatimado esfuerzos para, a su manera, ayudarnos a alcanzar la independencia.

A mi entender la unión Ndong-Marta fue una actitud inconveniente, un acto de imprudencia, inconcebible en un político de su talla. Repito: Un error gravísimo.

Después de los tristes sucesos de Bata del 5 de marzo de 1969 a raíz de los cuáles Macías, su régimen y su gente abdicaron por completo de la razón humana, de forma incomprensible pero con propósitos bien definidos se procedió a una extradición no solicitada por Yaundé. Dato curioso para la Historia, negra anécdota de que es protagonista, una vez más, Macias. Se expulsó de Guinea a Marta y fue precisamente enviada a Camerún para ser entregada a las autoridades del país vecino.

Macias creía que la dignísima dama sería fusilada nada más pisar el suelo camerunés, pero, para su pena, Ahidjo no es un asesino escudado en el poder como él mismo. Marta fue encerrada y el lugar donde está se mantiene en el mayor de los secretos por el Gobierno de Ongola.

En la última comunicación que Marta envió a los seguidores de su esposo Atanasio dijo que si bien no la maltrataban físicamente temía no obstante por su vida. Nos es imposible ahora al escribir esto poder afirmar que Marta sigue viva. Si bien confiamos que el Gobierno de Ahidjo actúe con la cordura que le ha caracterizado siempre, respete su vida, e incluso, cuando los intereses de Estado lo permitan, la libere.

En la aludida carta, Marta, desde su celda de prisión, hacía otra revelación más sorprendente: Macias envió a un emisario cerca del Gobierno camerunés para pedir su puesta en libertad y su regreso a Guinea. El enviado de Macias no reveló su verdadera identidad, dándole a Marta el falso nombre de Fernando Nguema, aunque acreditó su parentesco de consanguinidad con Macias.

El tal supuesto Fernando dijo a Marta que Macias le proponía una relación matrimonial, por lo que debía volver a Guinea si aceptaba casarse con Macias; éste ya había llegado a un acuerdo con Ahidjo para su liberación. Por otra parte, Macias añadía a la proposición de matrimonio, y quizá para imitar a su amigo Idi Amin, la cartera de Asuntos Exteriores, que no ha teni­do hasta aquí digno sucesor desde la muerte de Atanasio Ndong.

 

Personalmente nos inclinamos a creer que esta es una más de las maniobras que la perturbada mente de Macias le hace intentar.

 

Trataría simplemente de ejecutar una obra que Camerún, por las razones que fueren, no ha querido realizar: Macias quería traer a Guinea a Marta para hacerla matar.

 

Macias tiene miedo, Macias es un cobarde, como ya hemos dicho con la extensión necesaria. Macias hizo matar a Atanasio Ndongo de forma cruelísima, tras muchos días de suplicios. Y es natural que tenga miedo, miedo horrible que le desencaja a que Marta Moumié, mujer excepcional, pueda lanzar contra su corroído régimen a los magníficos guerreros de las tribus «basa» «Nvele» que todavía quedan en Camerún. Salvo que los soviéticos y cubanos que hay en Guinea actuaran directamente los temibles guerreros citados no tendrían en las presentes circunstancias quien les hiciera frente con la menor posibilidad de impedir su paseo militar hasta Bata y Río Benito incluso.

Marta es una mujer de gran visión política, y por tanto, es obvio que ha de preferir con mucho la caída de Macias, la muerte que le corresponda o su desaparición por cualquier modo, que no la renovación de las hostilidades en Camerún, produciendo con eso una desestabilización de un país que en justicia ya ha logrado un equilibrio político y avanza con firmeza por la vía del desarrollo.

 

  1. B) Política de rascacielos.

El africano, generalmente, y creo que eso es debido a la falta de tradición o costumbre, no sigue el plan político, o la ideología; no sigue conscientemente a un partido y cumple con su disciplina; no sigue la teoría polí­tica, sino la praxis. Ni siquiera se detiene a pensar cuál es el criterio de un líder, o en lo que pueda hacer su dirigente, no; le basta con saber a quién sigue, de dónde viene, cómo vive, dónde nació, de quien es hijo.

Si después de conocer el nombre del líder, de quién es hijo y en donde nació, aparece un parentesco remoto, ya era suficiente, ya no pide más. Si en su día, su hombre escogido le invita a tirarse de lleno a un hoyo, no lo dudará. Porque si lo dice él que es hijo de aquel amigo o conocido suyo, es evidente y seguro que será lo apropiado.

Por otra parte, también a mi entender por falta de costumbre, el concepto de nación es muy poco perceptible en el africano.  .

La perspectiva que tiene de lo que es la nación o Estado son cortos; se limita a la tribu, al clan, al pueblo al contorno geopolítico, y muy poco más.

Por eso creo que la preocupación actual de un político africano responsable debe ser ésta: Informar y preparar al pueblo, con llaneza, en términos elementales, en esa grande y para él extraña idea de nación, de patria.

Mis compañeros de facultad se extrañan cuando me preguntan si el idioma «guineano», lengua que suponen se ha de hablar en Guinea, es muy difícil; y les contesto que no conozco la existencia de tal lengua; que en ninguna parte de Guinea Ecuatorial se habla el «guineano», que, a lo sumo, el «guineano» seria el castellano o español que, con acento propio, como tiene que ser, ya que no se trata de hablar el castellano, sino de españolear, hablamos allí en Guinea, y que conservamos con orgullo porque en el mundo se nos clasifica como hispanófonos.

Como se sabe -y ya ha quedado apuntado- tras la lotería de Berlín en el año 1885, se dividió África al capricho europeo, sin fundamento ni respeto a las entidades naturales. Se crearon con ello unidades geopolíticas fantasmas, que generalmente nunca unieron, pero sí separaron pueblos enteros. Un buen ejemplo de esto lo constituye la rama «ntumu» de los «fang» que se halla dividida entre tres países, vecinos: hay «ntumu» en Camerún, en Gabón y en Guinea Ecuatorial.

Para no crear un auténtico rompecabezas con guerras de conquistas y reconquistas, los dirigentes africanos, al crear la O.U.A., optaron por lo más fácil, cómodo y seguro: respetar las fronteras comunes heredadas de la colonización, so pena de hacer desaparecer ciertos Estados. Pero lo más cómodo y lo más seguro puede no ser lo mejor y más justo.

Lo ideal, al menos así lo pienso yo, sería que en el caso concreto de Guinea Ecuatorial, Camerún y Gabón, donde la Ley arbitraria, la colonización ignorante, ha separado lo que la Historia y la naturaleza unieron, seria el conservar esas fronteras como limitaciones administrativas, no como barreras entre hermanos divididos, esto es, quedando como simples signos o referencias territoriales de nuestras respectivas soberanías, creando un verdadero entendimiento que nos permita cacarear menos la palabra hermandad y practicarla más mucho más…

Cuando allá a principios de la década de los cincuenta Atanasio abandona Guinea Ecuatorial camino del exilio, después de los disturbios de Banapá, nadie le conocía a nivel nacional más que de nombre.

Luego, ya en el exilio, se le siguió conociendo por sus escritos, fotografías, intervenciones y otras actividades políticas, cuyas referencias nos llegaban a través de la Secretaría de Coordinación del Movimiento. Djamanene, en esto como en todo lo demás, prestó al Movimiento y al país inmejorables servicios, que le merecerían una gratitud nacional, al menos un respeto. Macias sabrá por qué primero mandó a Mariano Ndemsogo, un completo y sádico desquiciado, que le reventara un ojo, y luego, que le matara. Cosa no por común y generalizada menos horrible.

Gran parte del tiempo de exilio lo pasa Atanasío en los Estados Unidos, donde, por mucho empeño que ponga, es muy difícil practicar aquello de asimilar sin ser asimilado. El ambiente influye permanentemente en el individuo, y acaba por dar carácter a la persona. Se adquieren fácilmente los modales yanquis, creando así en el político, una imagen muy especial, como postiza, y muy negativa para el paisano africano que lo aprecia.

Esta imagen extraña para el nativo, distancia al electorado, hace la figura menos propia y entrañable, y además, es fácil presa de la critica demagógica.

Ante un pueblo políticamente analfabeto, sin experiencia ni reflexión, dejándose guiar por sensaciones y movimientos primarios, que no por razón o convencimiento maduro; ante gente que está acostumbrada a estar pendiente de quién es y no de qué dice, ante un pueblo que no sabe distinguir entre una sana y constructiva oratoria política y simples berridos demagógicos, presentarse con una política profunda, sutil y casi sofisticada, al estilo occidental y europeo; trasplantar esquemas occidentales para aplicarlos a la realidad africana es el mayor error de cálculo que puede cometer un polí­tico africano. Y lamentablemente muchos políticos de este continente han caído en este error, para su mal.

Si Atanasio hubiera hecho su política, si hubiera desarrollado su actividad política en Washington o en cualquier Estado de los que forman la Unión, a pesar de su piel de ébano, habría estado, sí no dentro, al menos muy cerca de la puerta grande de la Casa Blanca.

La Política de rascacielos hecha entre chabolas y cabañas; la política de altura pero practicada en la hondonada, está siempre condenada al fracaso. Pronunciar elegantes palabras de oro, ante un pueblo que sólo ha oído el caer de la chatarra, garantizaba la derrota.

Atanasio era un político agudo y extraordinariamente culto; buena oratoria en un fluido y elegante castellano, que producía una envidia que consumía a sus adversarios, luego sus enemigos políticos. Era un africano que sin perder sus esencias propias se había occidentalizado mucho para dirigir a un pueblo que, en su mayoría, el castellano lo entendía muy poco, por ecos como dicen los fang.

Atanasio hablaba muy mal el «fang» natal, yo diría que casi nada. Y para colmo de males, lo poco que hablaba lo hacía con ese difícil acento «okak» de Río Benito, tan difícil de entender para quien no esté bien versa­do en la lengua de Esono «mon obuk».

 

Pude convencerme de ello cuando en plena campaña en el referendum sobre la Constitución a favor del «si», el maestro señor Elá Nsué puso en aprietos a Atanasio, tras su excelente explicación en castellano, al pedirle que se explicara de la misma forma en «fang» ante la masa que no entendía el castellano. Ndong se las vio y deseó para hacer una síntesis de su intervención en castellano en lengua «fang». Hábilmente acudió en su auxilio Don Benito y se expresó en ese fluido «ntumu» que él hablaba a la perfección con todo simbolismo, giros y refranes.

 

Esto, a ojos de un occidental, sería absurdo, evidentemente, pero para un pueblo fácil de manejar como era el nuestro -y digo «era», porque ahora es el más desconfiado que conozco- resultaba sumamente negativo. Macías y su camarilla ya habían pasado por allí sentando cátedra de oratoria en «fang» llena de argumentos fácilmente rebatibles, para cualquier otro que pudiera expresarse con facilidad como ellos en «fang», por inconsistentes y pueriles, de pura efervescencia demagógica, diciendo al pueblo, no lo que había que decirle, que eso no atrae votos ni arranca ovaciones, sino lo que el pueblo quería oír, que no era, desgraciadamente, la verdad. De ese modo tan falso y poco honrado, Macias y su camarilla llevaban al pueblo a confundir la realidad.

 

Quiero insistir aquí, antes de seguir, que en política hay que distinguir, muy bien y especialmente en política africana, porque son perfectamente diferenciables, lo que el pueblo quiere oír, aquello que suena bien y halaga, de lo que un político honrado debe decir al pueblo.

Decir al pueblo lo que éste quiere escuchar es rentable cara a las urnas; si se practica ante un pueblo preparado en el juego político democrático hasta se puede considerar permisible, ya que el mismo pueblo puede discernir y juzgar sobre quien habla solamente para obtener votos y quien dice lo que puede hacer o aquello que es viable de llevar a la práctica.

Pero, para un pueblo como el nuestro que salía de la nada, que tenía delante de sí no sólo los problemas acumulados durante la colonización sino los inherentes a todo Estado que nace, no decirle al pueblo lo que se debía decirle, no hablarle con claridad, no contarle la verdad de su situa­ción, limitarse a engañarlo para obtener su confianza, como el timador, el descuidero, era una traición. Una gran alevosía en política.

 

Macias habló al pueblo en su lenguaje, quería votos y la confianza del pueblo; para ello, según él, todas las armas son lícitas.

 

Nunca entendimos dónde y cómo iba a cumplir lo que prometía; de dónde iba a sacar el dinero para pagar los sueldos que prometió a los funcionarios; en qué mercado podría vender el café y el cacao al precio que anunciaba. Y mucho más difícil todavía, cómo iba a cumplir todas esas difíciles promesas teniendo a su lado incondicionalmente solo a un equipo de borregos, consumados maestros en hacer ruido, aplaudir y quemar incienso, pero totalmente analfabetos en la política como ciencia y como arte.

Macias trepó y trepó, en su desenfrenada carrera hacia el poder; trepó y se agarró a todo y a todos prometió profusamente lo que jamás podría cumplir. Según él, con Macias el país iba a pasar de las ruinas coloniales a la era espacial. Nos catapultaría a la gloria infinita… ¡Qué pena! El pueblo lo creyó ingenuamente y ahora lo está pagando con usura, un error tremendo del pueblo, del que no fuimos capaces de convencerle, y ahora paga con su sangre, y mucha sangre, su equivocación.

En antifranquismo trasnochado de Macias -más bien emulación y envidia que postura crítica o razonable en él-, curiosamente no le impidió acoplar a su jerga política -como el castellano a su apellido-, la terminología que el régimen de Franco hizo popular: El 5 de marzo de 1969 en que conmemora su triunfo sobre el pueblo, le llama «Alzamiento Nacional» o «Día de la Victoria». Todo el que políticamente no piense como él -y salvo un demente, un comprometido o un asesino, nadie puede pensar como él- es un «subversivo». Las confabulaciones dirigidas contra él, aunque no sean «judeo-masónico-comunistas», se parecen mucho.

En Guinea hoy, incomprensiblemente, las milicias populares -la nueva versión de la «juventud» en marcha con Macias- de Macias, especie de «tontón macutes» haitianos, que habría que suponer marxistas, terminan el «cara al sol» con… «en Guinea empieza a amanecer», aunque en realidad, más cierto y honrado seria decir que «en Guinea ya oscureció»…

Una de las acusaciones contra Atanasio que tanto gustaba a Macias y a sus lacayos antes, durante y después de la campaña era de que Atanasio era «blanco».

¡Ay, si otro hubiera cambiado su apellido «fang» Mesié por Macías», lo que hubiera dicho de él Macías!

Argüían con placer que ni siquiera hablaba el «fang», por presunción, puesto que se creía más blanco que Suances…

 

José Martínez Bikié, fanático seguidor de Macías que era mulato, llegó a decir en un mitin que odiaba su piel, porque era demasiado clara, y con ello arrancó una ovación descomunal de la masa que tragaba moscas escuchando a esa especie de Castelar mulato, salido de la escuela de Macias.

 

También, el que hoy está en permanente luna de miel con los rusos, cubanos y coreanos del norte, gracias a cuyo apoyo sigue en el poder, acusó a Atanasio Ndong de ser comunista y de «querer instaurar un régimen comunista dictatorial en Guinea». Es decir, lo mismo que él ha hecho ahora.

 

Esta acusación satisfacía a la España colonial, a la que el sólo pronunciar el nombre comunista provocaba disentería.

 

Contra la Constitución redactada en la Conferencia que al efecto tuvo lugar en Madrid, alegaban los siguientes argumentos, risibles, dislocados, sin el menor fundamento, pero que tampoco muchos se tomaban el trabajo de examinar su falta de fundamento:

Que en la portada aparecía un chica que decían nigeriana.

La joven que prestó su imagen para una cierta edición del texto constitucional, para su divulgación y conocimiento, vivía en Santa Isabel, era «bubi», y trabajaba en un establecimiento llamado «Almacenes Madrid».

 

Que la Constitución no contenía la Ley de Hidrocarburos. Decir eso es simplemente, desconocer lo que es una Constitución. Ser analfabeto integral en ese tema.

 

Que daba a los diputados tantos privilegios, «porque estos serían blancos». Cosa inverosímil, aun mirado todo desde entonces, porque no era fácil suponer que la población nativa eligiera a los blancos del país como sus mandatarios políticos.

Y tantas y tantas cosas por el estilo que hoy avergüenza escribirlas…

¡Y pensar que por Madrid andan ahora, diciendo que combaten a Macias, los que aplaudían a conciencia estas estupideces!…

 

Claro que el pueblo guineano está enterado de quién es cada cual y no se le podrá engañar dos veces…

Aparte de Madrid, donde se encontraba el poder central, qué duda cabe que en Santa Isabel estaban también los interlocutores válidos, a los que había que convencer a base de diálogo y multitud de razones, para contrarrestar sus maniobras dilatorias.

Por eso la presencia de Atanasio Ndong en la virtual capital del futuro Estado era explicable.

 

Ahora bien, lo que nunca he podido entender es cómo Atanasio se inmovilizó hasta llegar a echar raíces en Santa Isabel, donde se tenía ya la batalla ganada de antemano, como bien lo sabía la ejecutiva del Movimiento, al ser la capital y tener un elevado coeficiente de intelectualidad.

 

Así tampoco he llegado a entender el sentido práctico que tuvo aquel viaje a Madrid que efectuaron, Ndong, Torao y el traidor Grange Molay, para entregar a Franco un escrito con trescientas mil firmas, en solicitud de independencia, si ésta se veía ya venir.

 

El precioso tiempo que Ndong podía haber dedicado a adentrarse en el pueblo -de Río Muni-, relacionarse con él, que no le conocía, que se moría de ganas de conocerle y que era el que, al fin y al cabo, iba a inclinar la balanza electoral, se perdió en Santa Isabel, donde ya casi todo estaba hecho.

Además, ¿por qué no se negoció seriamente y con respeto con la «Unión Bubi» en peso, en lugar de limitarse a atraer a Gori Molubela si se sabia que al no tener ya el suficiente carisma, no atraería a la base? Ndong no aprovechaba la estima que le mostraba el pueblo Bubi.

Se sabe que había obcecación y fanatismo en todo esto, pero la «Unión Bubi» tenia gente recuperable y buenos nacionalistas que, aunque errados, se les veía calidad y altura, que podían y debían ser salvados para la nación eran como los casos de Bosío, Watson, Copariate e Itoha.

 

Estoy seguro que se hubiera llegado a un buen acuerdo con ellos para evitar que Bosío actuara de comparsa y francotirador para restarle a Ndong los votos de Fernando Póo.

 

Nada, una vez más, la autosuficiencia de Atanasio hizo su aparición para nuestra desgracia.

 

Mientras tanto, Macías, bien aleccionado y asesorado, aparte de la in­nata observación de un buen «fang», había lanzado ya a sus sabuesos a la caza de votos entre los «ntumu».

 

El mismo no dejaba de aparecer en público, en actos políticos, para hablar directamente al pueblo, darse a conocer; engañando y prometiendo; en una palabra, minando el terreno de Atanasio con la complicidad de la España colonial, que nunca se ha enterado de que llueve, sino cuando ya está mojada.

Macías supo trabajar bien, de eso no le cabe duda a nadie.

Yo viví intensamente la campaña electoral, y me las vi con sus seguidores que entonces estaban dispuestos a emplear incluso la violencia, además de la mentira y la calumnia, para conseguir sus fines. Aquí, el fin que justificaba cualquier medio era alcanzar la Presidencia. Movido Macias por su ambición, incluso cabe teóricamente que con buena fe, quería ser Presidente aunque se reconocía incapacitado para el cargo, estaba dispuesto en todo momento de forma obsesiva a pararle los pies a Atanasio.

No perdió la oportunidad de hacer propaganda, en ningún momento. Hasta entonces, diría yo que toda la acción política de Macias estaba orientada fundamentalmente a esa propaganda, con la que antes quería convencer al pueblo a toda costa, con las contradicciones más radicales; el hambre era de libertad; la miseria era de libertad; la ignorancia era de libertad; la sequía era de libertad; la lluvia era de libertad; el sol era de libertad; etc. Todo entonces era para él libertad.

Ahora, con su machacona propaganda monocorde, sigue gritando al pueblo -cuando su atormentada conciencia, si la tiene, se lo permite- que los males actuales de Guinea son producidos por España, son de España, vienen de España; que los refugiados en España son los traidores; que los cubanos, los rusos y los chinos, son la libertad.

Sigue diciendo siempre y siempre igual, que las cosas irán bien, que el cacao y el café -que ya no dan para nada- se venderán mejor; que España no le hace ninguna falta a Guinea; que abajo el colonialismo, el neocolonialismo, el «apartheid»…

Para terminar con la coletilla que siempre grita un incondicional obliga­do, o en espera de su premio:

 

– «¡En marcha con Macias, siempre con Macias, nunca sin Macías»!-

Lo que no dicen esas voces «espontáneas» de las dictaduras, es a dónde, a qué sitio va a ir Guinea con Macias. Esa es la más preocupante cuestión.

Atanasio creyó que Guinea era como Norteamérica o Inglaterra, donde un buen discurso por radio o televisión, con sonrisa de anuncio de dentífri­co, ya tendría ganada la masa.

Una tarde advertí a Santiago Djamanene de nuestro error de cálculo; de la falta de una visión política certera; él me confirmó lo molesto que estaba con esa actitud de Atanasio.

¿Por qué no nos lanzábamos ya a conquistar políticamente Río Muni donde el pobre maestro Benito Mengüé y otros compañeros, se las veían negras – valga la expresión – para explicarle al pueblo quién era Atanasio, como si éste estuviera en la luna y no dentro del país.

Cuando ya era demasiado tarde, y todo estaba perdido, y basado en unas previsiones hechas a la ligera, se presentó Atanasio en Río Muni acompañado por un equipo que envidiaría un Kennedy: Ibongo, Obieng, Monsuy, Mbuamangongo, Djamanene, Loeri y otros, todos expertos políticos a la americana pero que al no desenvolverse en «fang» como lo hacían Macias y los suyos, nunca llegaban al pueblo. Fue bochornoso. Se perdieron unas elecciones que ya se tenían ganadas, pero por esas paradojas tan frecuentes en toda sociedad, los payasos del circo se llevaron los votos, porque gustaron y entretuvieron más al público con sus dichos absurdos y sus figuras grotescas. Luego, con una falta de medios económicos tan grave, se organizó tan mal la campaña que nunca llegamos ni los primeros ni a tiempo a ningún sitio.

Recuerdo a este respecto que un mitin que teníamos programado en Río Benito a las doce del día, no llegó a iniciarse sino a las cuatro de la madrugada del día siguiente. El público, cansado de esperar, se fue, a pesar de haber aguantado mucho y nos cruzamos a altas horas de la madrugada con los que volvían de esperarnos (1).

En un mismo día Ngong habló en Ebibeying -había poca gente, era el terreno abonado de Macias; pasamos de largo por Mikogmeseng, llegamos a Binvili, y de allí a Río Benito, donde, como era lógico, llegamos tarde. En resumen, no se habló a quienes se debía hablar, y querían escucharnos; allí, donde había que asegurar trece o catorce mil votos…

Muy de mañana ya estábamos en el aeropuerto de Bata para acompañar a Atanasio que tenia que tomar el avión que había de conducirle a Santa Isabel para intervenir en un programa electoral de la Televisión de España -como suena-, en Guinea.

La campaña organizada por el «MONALIGE» no tenía un buen asesoramiento; si a esto se añade la carencia de medios que nos capacitasen para enfrentarnos a dos candidatos que tenían una cierta fortuna personal, con un asesoramiento inteligente y con un apoyo económico importante nos encontrábamos en evidente desventaja, aparte de las maniobras y zancadillas electorales que realizaba la España colonial contra nosotros. Y si se tiene en cuenta que Ndong montó una campaña a la americana, en un pueblo en que sólo tenían televisores -los pocos que entonces había- los que precisamente no tenían derecho al voto, los blancos, ya se comprende cómo se ayudó al avispado Macias a ganar las elecciones.

¡Con lo fácil que hubiera sido el emplear contra Macias sus mismas armas!

Una vez minado el terreno a Atanasio, ganar a Ondó Edú ya era coser y cantar.

La campaña a favor y en contra de la aprobación de la Constitución del 11 de agosto de 1968, sirvió de ensayo: dos candidatos -Ndong y Ondó Edú- estaban a favor de la ratificación de la Constitución; mientras que Macias -abiertamente opuesto a la ratificación del texto constitucional, que encrespó a la masa contra los que estaban a favor, diciendo que ellos querían enmascarar la continuidad del poder colonial blanco con una independencia asociada a España- se encontraría con la gran cantidad de votos del NO a la Constitución, Atanasio y Ondó Edú se dividirían los votos del SI al texto constitucional.

 

Y hay que tener en cuenta que a pesar de lo que oficialmente se hizo creer, el SI no ganó al NO. Es decir, que en el Referendum constitucional, Macías derrotaba ampliamente a sus dos oponentes.

¿Como no advirtieron este aviso tan claro ni Ondó Edú, ni Atanasio, ni la España colonial?

 

Los candidatos, los tres importantes candidatos, no cuento a Bosío, el candidato de los cultivadores de cacao, que no entró en liza sino para restarle votos a Atanasio Ndong en Fernando Póo, aunque a pesar de ello sus seguidores provocasen desagradables incidentes como el de Baney donde se sacó a relucir, se cree que por Watson, una navaja de resorte con la que se hirió en el vientre a un joven de Baney, que afortunadamente no murió, sigo insistiendo, Bosío no actuaba sino de comparsa y por tanto no tenia importancia a escala nacional. Los candidatos quedaron divididos así a falta de una ideología concreta: Ondó Edú era el candidato de los Jefes de tribu, las mujeres de edad, y los más o menos acomodados. Era el candidato de los madereros de la España colonial; idóneo para Carrero Blanco. Ndong Miyone representaba a la intelectualidad, los funcionarios, los estudiantes, y todo aquel que entendía que la dirección del Estado exigía una mínima preparación.

Por su parte, Macías asume la representación de los marginados -drogadictos, delincuentes, libertinos, vagos, resentidos, etc.- en una pala­bra, los que se clasificaban a sí mismos como obreros y cargadores. Es decir, visto como estaba el panorama electoral, Macías llevaría los votos de nuestra escoria social: ex-boxeadores sonados, inadaptados, gentes sin profesión u oficio, todos los frustrados. Los que pese al ruido, tenían nueces.

Desgraciadamente esta clase, si es que cabe hablar de clases, constituía la mayoría de nuestro cuerpo electoral, y, por tanto, la que iba a inclinar la balanza.

Esa ciase que, al saber gritar más que ninguna, hace sonar la aclamación donde no hay la más mímina oportunidad, se llevó el gato al agua.

 

Por Decreto, es decir, por obra y gracia del Gobierno de Madrid, ya éramos demócratas, de la noche a la mañana; ya éramos hombres llamados a votar libremente. Me pregunto, ¿se puede realmente votar libremente cuando se vota por símbolos?

 

Gracias a estos símbolos: «gacela» -Ondó Edú- «palmera datilera tropical» -Ndong Miyone- y «gallo rojo» -Macías-, tres nuevas tribus pueblan hoy la Guinea: Los «gallos» dominantes como lo es ese animal; y los perdedores «palmeras» y «gacelas». En Guinea hoy es preferible que le llamen a uno ladrón, asesino y de todo lo que se quiera, es casi mejor serlo incluso;es mejor eso, repito, a que le llamen «gacela» o «palmera». Bosio se representaba por un «cencerro» bubí.

Con ese bagaje de analfabetismo y un nacionalismo exacerbado por los exaltados y fanáticos seguidores de Macías, nuestro pueblo se sentenció.a muerte en las urnas, nombrando verdugo a Macías.

Pero la inestimabilísima ayuda con que contó Macías en su carrera hacía el poder fue, sin duda, las contradicciones de España.

La inexperiencia de los funcionarios de la Administración española en la ex-colonia; su indiferencia, a todo lo que no fuese sus sueldos, dietas, porcentajes, complementos, gratificaciones, y un largo etcétera de emolumentos, a dónde irían a pasar sus vacaciones en España, deformación que se advierte también en la metrópoli, pero que en Guinea alcanzó cotas increíbles; la falta de una verdadera dirección política sensata, intuitiva, aguda, penetrante, para lo que estaba totalmente incapacitada la España colonial y sus grupos destacados en la Guinea; la autosuficiencia, en que por desenfoque o vanidad, se minimizaban las fuerzas contrarias; la ineptitud y malicia generales; las prisas locas de última hora; la estéril defensa a ultranza de los mezquinos intereses creados, defensa que se intentaba de forma bien torpe y miope, como ocurre al mono que no quiere soltar los granos de arroz que ha cogido en la calabaza con la que es capturado; con todo ello, hacia que España apareciera muy clara y radicalmente disociada en dos: la España central y metropolitana y la España colonial. Siempre fueron distintas ambas imágenes, pero nunca de manera tan notoria como entonces.

La España central -con sus contradicciones- estaba a su vez subdivídida entre los tecnócratas del OPUS de una parte y los falangistas que desde hacía tiempo sostenían una lucha intestina por el poder, forcejeo que, para nuestra desgracia, repercutió en la causa guineana.

Hombres como Fraga Iribame y Castíella veían bien, con buenos ojos -quiero repetir e insistir en esto, veían bien, cosa distinta a apoyar y asesorar resueltamente-, que Ndong Miyone se hiciese con el poder en Guinea. Las razones no eran ideológicas, ni había tampoco una afinidad personal -amistad-entre Ndong y los ministros españoles. Simplemente, que tanto Fraga como Castiella conocían que la persona con la suficiente capacidad para culminar la obra española en Guinea era Atanasío. Era el único hombre con quien se podía dialogar y obtener algo positivo.

No era hostil a España, si bien tampoco estaba entregado a ella como para que con él España pudiera iniciar una neocolonizacíón.

 

En una palabra, era el político idóneo para Guinea en aquellos momentos en que íbamos a partir de cero.

 

Por su parte, los madereros y otros explotadores, con Carrero Blanco al frente, es decir, la España colonial, querían a Ondó Edú, mejor garantía de sus intereses. El hombre ideal para perpetuar la colonización. El tonto útil, imagen política tan multiforme, con el que nuestra independencia – a pesar de sus indiscutibles buenas intenciones -, no pasaría más allá del nombre, de una bandera y un himno.

 

Y sentado en medio de la cuerda tirada en los extremos por las dos Españas, que no eran capaces de ponerse de acuerdo y hacer que Ndong y Ondó Édú fundiesen sus candidaturas, estaba Macias, el trepador, el demagogo, para sacar ventaja al juego.

 

Que lo sepan los que ignoraron y no tuvieron posibilidad de enterarse. Que los que lo sabían, pero no quisieron enterarse, ni acaso les importaba, que lo sepan. Que todos sepan que el pueblo guineano, ignorante, sí, pero no tonto, que no veía dos dedos donde no había más que uno, conoció muy bien la decepcionante maniobra y tensión entre las dos Españas y las partió a su pesar, por el eje.

 

Es muy probable -y lo pude comprobar hablando con sus seguidores-que el pueblo no creyese en la competencia de Macías como Presidente; pero para seguir bajo la bota de los jefes de tribu y de los catequistas teledirigidos desde Madrid, o ir de la mano de la intelectualidad que como en un nuevo caso de despotismo ilustrado no supo llegar hasta él y a su corazón, prefirió a Macias.

 

«Al fin y al cabo es muy lógico que el vulgo siga al vulgo», como decía bien mi amigo, Ikaka.

 

Se hicieron mal, muy mal, las cosas. Y se perdió sin dignidad ante un adversario que realmente no era tal. Macías no era más que un gigante con pies de barro, al que la prudencia y sabiduría de viejo «fang» de Ondó Edú, y la aguda, pero ineficaz inteligencia de Ndong, no supieron combatir.

 

Como existía la prohibición de presentar una candidatura a la Presidencia que no estuviera hecha por un movimiento político, los secuaces de Macías se sacaron de la manga un grupo político realmente inexistente, el «Secretario Conjunto», que tenia detrás a la señalada eminencia gris/y no precisamente el Cardenal.

De este modo se violaban deliberadamente las normas que regulaban las elecciones, porque el «Secretariado Conjunto» no era un grupo o partido político determinado y concreto, sino una especie de buzón, como un organismo al servicio de los partidos guineanos para el enlace entre los grupos del país y la Administración española y su Gobierno. El «Secretariado Conjunto» era un organismo de enlace para facilitar el diálogo, y abreviar tiempo con ello y esa era su nota característica. Carecía incluso de iniciativa funcional propia.

El «Secretariado Conjunto» nació en virtud del acuerdo de base de los grupos políticos guineanos, sobre estos puntos: a) Petición de la independencia, b) Fijación de la fecha de su concesión; y c) No a la separación.

Como se dice, nunca fue un grupo o movimiento político en sustantivídad propia, capaz de presentar por si un candidato a la Presidencia.

Fue una auténtica ilegalidad, consentida, dada la tendencia de todos a minimizar a Macías, el loco, el ignorante; pero el demagogo, el trepador.

Ni el Embajador Durán-Lóriga, llegado a Guinea con la aureola de gran intelectual, de lumbrera, el número uno de su promoción, pero con nula experiencia profesional, aún más necesaria en países pequeños llenos de resabios y traumas, que dan el salto de la colonia a la independencia; ni el viejo zorro de Suances Díaz del Río, que conocía al pueblo «fang» mejor que a su pueblo español, supieron hacer nada para evitar el triunfo electoral de un paranoico que tanto ha desgraciado a nuestro pueblo.

El segundo error de Ndong, fue precisamente éste: no supo llegar al pueblo; no se dio a conocer bien al pueblo.

 

Y como el pueblo no votaba ideologías ni programas, escogió al hijo de Nguiema Biyogo, que a pesar de haber sido como tábano en su oído, les supo encantar con sus sofismas y mentiras.

 

Ahora bien, me creo obligado a aclarar y puntualizar cuestiones.

 

Siempre que se habla de la habilidad de Maclas para engañar o trepar en su carrera hacia el poder no se matiza bien, aun admitiendo que lo anterior es sustancialmente verdad.

 

Con esas referencias a sus condiciones de trepador, o sus dotes de embaucador y falsario, lo cual, dicho sin más explicación, haría pensar que Macías sea el más astuto político que se haya conocido. Y no es así. Macías tiene mucho más de charlatán de feria que no de la virtud de la habilidad política, aunque es preciso reconocer que también el feriante, que vende hojas de afeitar o crecepelo en una feria, también le hace falta cierta habilidad, cierto conocimiento de la gente.

En honor de la verdad, y haciendo una disección justa y objetiva de la situación comentada, Macías logró engañar sólo a la masa en su sentido más peyorativo, al pueblo, o mejor dicho, a aquel Importante sector del pueblo guineano menos representativo y menos capacitado, que embaucado por su campaña agitadora y creyéndolo capaz de todo lo que prometía, le entregó su voto.

Pero aún así, en esta afirmación de que Macias engañó al pueblo también hay que matizar.

El pueblo guineano, en su mayoría, estaba soliviantado por la presencia colonial española; había almacenado durante largos años el odio hacia el colono que tanto le despreció a lo largo de la coexistencia colonial; y en su ignorancia política llegó a creer que sus males sólo se arreglarían con la marcha de los blancos, por lo menos, con esa marcha de los españoles se convencería de que ya no volvería a recibir ese trato de bestia.

 

Macías era el único de los contendientes de la pugna electoral que conocía esa realidad que subyacía en el fondo del pueblo. No en vano había sido un fiel colaborador de la Administración colonial.

Era también el único a quien su incapacidad podía llevarle a interpretar de esta forma toda una política de Estado.

Era el único que no podía discernir entre la realidad de una época inevitable que ya estaba feneciendo y la de otra época que iba a nacer. Para él y sus seguidores lo importante de ¡a independencia era alcanzarla como fuera, ya el tiempo diría si se podía mantener o no, y cómo iba a serlo.

Y a pesar de esta filosofía simplista habría que distinguir tres tipos de seguidores de Macías en el electorado guineano, partiendo de la nula preparación política y sobre todo democrática con que contaba nuestro pueblo, pues no hay que olvidar que políticamente éramos alumnos del franquismo y es evidente que nadie puede dar lo que no tiene: a) Había electores que votaron a Macías por cumplir un puro trámite; es decir, que habían decidido entregar su voto a Macías, no porque fuera el más idóneo para la Presidencia, sino por no abstenerse, bien porque creían que el voto era obligatorio, bien por hacer algo que nunca habían podido hacer en la vida, que era votar; a estos les daba lo mismo votar a Macías, que a Ndong o a Ondó. Pero prefirieron a Macías, sin más razones de fondo.

  1. b)Otros electores guiñéanos que dieron su voto a Macías eran los que, en su buena fe, y dadas las limitaciones propias de una falta de preparación política, creyeron sinceramente que Macías era el más indicado para el puesto que se votaba.
  2. c)El tercer grupo electoral que siguió a Macías era el de los fanáticos. Impermeables a toda razón y dialéctica sana; aseguraban, con esa malicia que anima una ignorancia pedante, que para el bien o para el mal, Macias era el mejor. Conozco casos como el de Andrés de Zómo Oveng, en Binvili, que nunca dejaba de afirmar que Macias era el «Mesías». Cuando se le preguntaba el porqué de su gratuita aseveración, decía -«No se pueden dar razones; él es Dios y nada más. Yo le votaría -terminaba-, incluso si supiera que nos va a llevar al infierno».

A estos tres grupos hay que añadir uno muy importante, pero que en cierto modo sale de la simple calificación de un cuerpo electoral en sus tendencias.

 

Este grupo, un tanto especial, estaba integrado por políticos guineanos, unos, distinguidos e incluso de primera fila, como son los casos de Nsué Angüe Osa, Eñeso Ñeñe, Federico Ngomo (a éste, Nsué Angüe le arrastró a última hora, nunca creyó en Macías), Justino Mbá Nsué, Celestino Obiang Mbá, Crisanto Mesié, entre otros del grupo llamada «Munge Nacionalista», es decir, de los que abandonaron a Ondó Edú -líder del partido «Munge»- y presentaron la lista electoral simbolizada por la paloma mensajera».

 

El caso de Antonino Eworo, Clemente Ateba, Jovino Edú Mbú (uno de los políticos guiñéanos más inseguros, siempre iba a donde olía una posible victoria, ejemplo muy extendido), Pedro Ekong Ándeme, Agustín Menyane me Abaha, y otros, del llamado «I.P.G.E. Auténtico», como si hubiera otro I.P.G.E., adulterado. Y que al no tener un líder representativo que diera la cara por ellos -el venerable anciano Antonino Eworo no se atrevió a encabezar una candidatura-, se escudaron detrás de Macías para beneficiarse de la popularidad que Macías se iba ganando a pulso, echándole mucha cara y valor a la cosa -como dicen los castizos-. Son los que presentaron la lista simbolizada por la «pina de cacao».

El caso de Ángel Mesié Ntutumu y su hermano Miguel Eyegue Ntutumu; Buenaventura Ocha Ngomo; Norberto Nsué Micha; José Martínez Bikié; Salvador Nsué Miko; Filiberto Beka; Andrés Moisés Mbá Ada, que .se fueron con su «MONALIGE VERDADERO» a esconderse detrás de Macías, ya que eran tan conocidos del pueblo que solo valiéndose de Macías, lograrían colarse amparados en la lista que presentó el mismo Macías y que simbolizó con el «gallo rojo».

Estos últimos, convencidos de su ineptitud, advirtiendo las sombras que les iban a envolver en el equipo de Ndong, prefirieron a Macías, a cuyo lado estaban seguros de que brillarían.

 

Cosa natural y lógica por demás: Ndong no hubiera nombrado ministro por nada del mundo a ninguno de ellos dejando a Ibongo, Evita, Loeri o Djamanene, por señalar un ejemplo.

 

   Todos estos políticos, como digo, unos de primera y aún primerísima fila y otros de la pedrea, son los que contribuyeron considerablemente al éxito de Macías. Son los que se encargaron de convencer a sus respectivos sectores electorales para que estos dieran el voto a Macías. Son los que presentaron a Macias al pueblo.

Por todo ello, el pueblo tampoco fue totalmente engañado, absolutamente confundido. Más bien yo diría que fue arrastrado al error por los ambiciosos, los que querían ser ministros a toda costa.

Bastaría señalar para confirmar lo que digo, el hecho de que la propia lista de Macías, la citada del «Gallo Rojo», alcanzó muy pocos votos. Y esto fue bien significativo. Y durante la campaña a favor o en contra del texto constitucional pude asistir en Mongomo a una escena muy significativa: en su Mongomo natal se le impedía a Macías hablar. Le echaron materialmente entre abucheos e insultos, de la villa de Mongomo. Por lo que desde Ebibeyin no paró para hablar hasta Binvili, pasando obligadamente de largo por su Mongomo.

Esto me hace comprender hoy a Mongomo. Es por miedo que ahora se ve obligado a participar en las orgías de sangre de Macías.

 

A la Administración colonial española tampoco la engañó Macías. Viejos cucos como Suances Díaz del Río y otros muchos, que conocían la idiosincrasia del pueblo «fang» mejor que Macías o tanto como él, que conocían a Macías más que nadie, nunca pudieron ser engañados por Macías.

Hechos como los que ya he señalado -el caso de Mongomo, el ataque verbal a Don Luis, el doctor en Ebibeyin- y la anticipada campaña embaucadora que Macias montó intempestivamente, ya le había permitido revelar a tiempo la verdadera personalidad que se escondía detrás de aquel fiel servidor y colaborador de las autoridades coloniales.

 

Simplemente ocurrió que a Macías la España colonial, llevada por la autosuficiencia que caracterizaba el comportamiento del «pequeño blanco» colonial con el negro, al que considera siempre como ser inferior y torpe, débil mental, que cambia su oro, marfil y ébano por un trozo de espejo, no le concedió la debida importancia. No tomó a Macías en serio confiando en que saldría victorioso su domesticado candidato.

En lo que respecta a García Trevijano, tampoco le engañó Macias.

Hay que tener bien presente que, con Macias, García Trevijano no buscaba ni la implantación de la democracia en Guinea -no en vano sostiene siempre que los negros no estamos capacitados para asimilar la democracia racial de Occidente- ni la auténtica liberación del guineano que en el fondo le importaba muy poco.

El hecho es que García Trevijano pertenece al antifranquismo folklórico y trasnochado, que al no serle posible llevarlo a la práctica en la España de entonces, utiliza a Guinea como campo de experimentación, utilizando a Macías como arma ofensiva con la que atacar e incomodar a Franco y a su Gobierno.

La cuestión para el «notario excedente», era bien sencilla: llevar la contraria al franquismo como fuese, sin importarle las consecuencias que ello podía derivar para nuestro pueblo.

No es, pues de extrañar que no quiera reconocer hoy lo craso de su error porque, para él, no hubo tal error. No apoyó a Macias por sus emanaciones democráticas, no. Es más, García Trevijano conocía el carácter despótico de Macías; conocía su ostentosidad, sus engaños, su sinrazón para la dialéctica política.

 

Macías reunía, precisamente, todas las cualidades idóneas que García Trevijano buscaba en un político guineano para que pudiera servirle en sus deseos de estigmatizar al franquismo.

 

Si hubiera habido honradez en García Trevijano, si él buscara fundamentalmente el bien de Guinea, ya habría retirado su apoyo a Macías desde hacía tiempo.

 

El lucro vino después, porque tampoco el negocio era el móvil que animaba a García Trevijano al apoyar a Macias. Si sacó una muy buena tajada de Guinea fue simplemente porque, en política no existen intereses desinteresados. Pero García Trevijano no buscaba primordialmente el dinero de Guinea. Buscaba un azote del franquismo; alguien que dijera a Franco y a su régimen todo lo que García Trevijano llevaba dentro pero que la dictadura no le dejaba expresar. En realidad Macias no es sino el micrófono oxidado por el que sale la bilis antifranquista, en forma de palabras, de García Trevijano.

Lo que quizá ha comprendido muy tarde García Trevijano es que Macías no es útil ni siquiera como instrumento, sino que es una personalidad negativa por donde se la mire. Y por eso se da ese aparente o real distanciamiento entre los dos personajes.

 

Posteriormente, gracias a unas oportunas revelaciones en España, y el muy justificado recelo del PSOE hacia ese «demócrata de toda la vida», si por causa de García Trevijano a Guinea se la rompió la cabeza, por Guinea, ahora, la de Garcia Trevijano se ha hecho añicos. El futuro político de García Trevijano se ha nublado por culpa de Guinea. Lo cual ya es de consuelo.

La noble causa guineana, el genocidio e infamia de Macias, han truncado la ambiciosa carrera política de García-Trevijano al menos de momento. Y entendemos que es lo más suave, lo menos que en justicia podía haberle ocurrido. Lo que pasa es que por nuestras venas, como decía antes, sólo corre agua.

Finalmente, tampoco Macias engañó a Ndong, ya que éste acudió a aquel voluntariamente. Ndong no fue víctima de las vanas promesas de Macias. Macias no estaba capacitado para engañar a Ndong.

Atanasio, eso sí actuando por despecho, no quiso de ninguna manera que la España colonial, -los madereros y Carrero Blanco- que lo había hecho todo para bloquear su accesión al poder, se saliese con la suya obligándole por lógica, dado el planteamiento de la situación, a apoyar a Ondó Edú. Para que ganara Carrero Blanco, diría Ndong, mejor que perdamos todos.

Y esto fue, sencillamente y ni más mi menos, la tan traída y llevada habilidad de Macias, para hacerse con la gente y engañarla.

Quizá un poco excepcionalmente la verdaderamente engañada fue la «Unión Bubi» que creyó a Macias, al darle sus votos, capaz de regalarles la utópica separación, como si Macias, fuera el dueño y señor de nuestra integridad y soberanía territorial, como si Guinea fuera la finca particular de Macias.

Todo esto fue lo que preparó el camino de Macias al poder. Las circunstancias -algunas bien creadas por Macias- le han dado la aureola de una habilidad poco común para alcanzar el poder.

Pero, como de lo expuesto se desprende, esto tampoco es verdad. No se le concedió la debida importancia; jugaron una serie de cuestiones meramente fortuitas, casualidades evidentes, que produjeron una carambola trágica.

No se detuvo a tiempo Macías. Eso fue todo, y ahí está la causa de los males que hoy lamentamos.

 

La Administración española, al quedar frustrada en sus deseos de continuidad, adoptó la táctica desdeñosa del «allá vosotros, arreglaos como podáis». En realidad es la misma táctica que sigue hoy tratando de explicar los millones de pesetas que inexplicablemente se siguen enviando, con los que el Gran Jefe va pagando los plazos de su avión ruso, mientras la oposición guineana, clama como en el desierto, sin ningún resultado, como en los más cerrados tiempos del régimen anterior.

 

Antes y de forma clara, -«materia reservada» y demás- se prohibía hablar incluso de Macias. Se prohibía todo acto de hostilidad contra Macias, por ser éste el representante de un país con el que España mantenía relaciones diplomáticas. ¡Y qué relaciones!.

Ahora ya ni prohíben ni toleran sino todo lo contrario.

  1. B) Unificación de candidaturas

Cuando en política no se tiene la visión del futuro hay que abandonar. En política hay que actuar cerebral y fríamente, nunca por despecho o con vehemencia.

Despecho, autosuficiencia o falta de visión o comprensión de la realidad, Ndong calibró muy mal la situación guineana. El mismo cavó su propia fosa. Juventud y madurez, prudencia o eficacia, son términos que pueden conjugarse armónicamente en política. Hay errores que un político no debe cometer. Nadie debe arrastrar al pueblo en sus desgracias personales. Por eso, un buen político no debe limitarse sólo a oír a los demás, sino que tiene necesidad de escucharlos, incluso cuando no dicen nada.

El que en política cree que lo sabe todo y lo puede todo, más le vale dedicarse a hacer castillos de arena en la playa. En política debe aprenderse de los adversarios, para corregir errores propios y poner a punto los planes. Si te hablan y no escuchas, puedes ahorrarle ei tiempo a los que gastan la saliva inútilmente.

¿Con quién contó Ndong para dar sus votos a Macias? ¿Es que el movimiento, al menos su ejecutiva, no debía haber opinado en cuestión tan trascendental?

Un hombre como Macías para el que no valen normas ni compromisos porque para él no existen reglas de juego; que había combatido obsesivamente al «MONALIGE»; que desprestigió la figura de Atanasio; que llevaba entre manos algo que él mismo llamaba programa, y asimismo un campaña también tan diametralmente opuesta a la nuestra, ¿cómo es posible que Atanasio cometiera esa torpeza?

 

Yo me encontraba en Binvili en compañía del maestro Don Benito Mengüé; habíamos realizado con interés y entusiasmo una campaña que yo ya advertía estéril debido a los errores cometidos y a la tardía reacción. Faltaban medios y no se había aprovechado tampoco debidamente el tiempo. Macías ya tenía perfectamente abonado el campo, como no lo supo hacer Ndong.

 

Veía venir nuestra derrota porque, teniendo en cuenta lo fluctuante que era nuestro pueblo en sus decisiones políticas, al percatarme de que le hablábamos y no nos escuchaba, al observar que lo nuestro era como echar agua a la mar, advertí a Don Benito que sufriríamos una sonada derrota en la primera vuelta.

Don Benito, cumpliendo su obligación del hombre maduro, me tranquilizaba y daba ánimos. Pero yo no me fiaba. Se había calculado mal, se habían medido mal las distancias, y salvo milagros, sabía que las cuentas no nos cuadrarían.

 

No sé a qué gracioso o indocumentado se le ocurrió aquello de que con conseguir cien votos en cada Distrito, contando con todos los votos de Río Benito -hipótesis que no se hizo realidad-, y los de Bata, con todos los de Santa Isabel se obtendría una victoria aplastante.

 

Ligerezas como esta en política son lamentables. En nuestro caso, ya ni tuvimos el tiempo suficiente para lamentarlo.

Con las cosas marchando tan desajustadamente fuimos a la primera vuelta y como le había afirmado a Don Benito, nos dimos estúpidamente el batacazo. Hubo un momento en que llegué a decirle a Santiago Djamanene que no acudiéramos a las elecciones. Podíamos incluso haberlas boicoteado y pedir a España que se formara un Gobierno de coalición integrado por todas las fuerzas políticas para consolidar la independencia y preparar unas verdaderas elecciones libres. Era esta sugerencia como una especie de «status» equidistante entre la autonomía y la verdadera independencia. No es que me preocupase ya obtener la victoria de la independencia, pues esta ya tampoco daría marcha atrás. Lo que me preocupaba y mucho, por las consecuencias previsibles confirmadas hasta la saciedad, incluso lejos de lo supuesto, era que Macías obtuviese una aplastante victoria y se viese obligado, al no poder cumplir con lo prometido, a una frontal ruptura con España que nos pusiera a las puertas de otra, más o menos sofisticada, pero al fin y a la postre colonización, que es precisamente lo que ahora está ocurriendo. ¡Maldito el caso que me hicieron!

Sabia que perderíamos la primera vuelta y que la única baza a jugar que nos quedaría era negociar debidamente nuestros votos, según el criterio de nuestros votantes.

Pero la verdad es que nunca pensé que nuestra derrota fuera tan ridicula. Me asombré cuando, al efectuar el escrutinio, nuestro balance no arrojaba sino dos mil votos en Fernando Póo y trece mil en Río Muni, en toda la zona continental. ¿Tantos votos se llevó la «Unión Bubi»? en Fer­nando Póo?

Y en lo referente a Río Muni, ¿cómo es que no obtuvimos sino trece mil votos, cuando calculábamos que sólo Río Benito -distrito del que era originario Ndong- nos proporcionaría esa cifra y algo más?

Don Ángel Escudero, el Magistrado designado por España para actuar como interventor de la votación, y sus colaboradores, sabrán, en conciencia, el recuento de votos que llevaron a cabo para establecer los resultados oficiales y definitivos, que venían a proclamar la victoria de Macías.

No queremos ni podemos poner en tela de juicio la buena actuación y honradez del Magistrado, que fue a Guinea para el control del resultado de las elecciones. Estamos seguros completamente que Don Ángel Escudero actuó con la entereza y exactitud que avala su cargo. Pero si es digno de señalar que Guinea Ecuatorial es el único caso en toda la historia de la descolonización de África en que el candidato favorito de la potencia colonizadora pierde las elecciones. Don Ángel indudablemente cumplió dignamente su misión de llevar a cabo el escrutinio oficial. Era la Administración española la que debió evitar lo que contradictoriamente propició: confiar el destino de un pueblo con una inadecuada preparación a un perturbado manifiesto. La Administración española conocía bien a Macias; pero empecinada en poner a Ondó Edú para que no cambiara nada, nada quiso hacer para evitar nuestra desgracia. Una vez más, los intereses bastardos vencieron, para daño general y que todos perdiesen.

 

Ni Durán-Lóriga, el número uno de su promoción, ni Suancés, supieron jugar su papel.

 

No obstante, me seguirán atormentando las dudas si considero que, no ya cien votos, sino que en todos los distritos de Río Muni, obtuvimos, donde menos, más de cien votos. En los casos concretos de Ebibeyin y Binvili, ob­tuvimos más de doscientos y ciento cincuenta, respectivamente.

 

Mientras esperábamos, en Binvili, como ocurría en todo el territorio nacional, resignados, el curso de los acontecimientos, Ndong cocía en Santa Isabel, a su manera, nuestra desgracia, la desgracia nacional.

 

Ndong fue entonces la simple gota que iría a inclinar la balanza para uno de los candidatos que quedaban en liza para la segunda vuelta.

 

Estábamos pendientes de los telegramas pidiendo delegados a los comités de base para que decidieran qué candidato se debía de apoyar. No llegaron los telegramas. Y, con nuestro asombro e indignación, llegó la noticia bomba: nuestros votos irían, en la segunda vuelta, a engrosar los de Macías.

 

Hasta tipos rastreros como Owono Ekoro insistieron a Atanasio Ndong para que boicoteara la segunda vuelta de las elecciones, cuyo escrutinio no nos convencía.

 

Aún recuerdo cómo pasamos la noche sin pegar ojo don Benito y yo.

 

Al llegar la noticia de que nuestros votos irían a sumarse a los de Macías, los dos dimos un salto como impulsados por un resorte de las butacas.

 

Dije a Don Benito: -«Mire, todo menos esto. Por ahí no paso. Esto será el fin del «MOLANIGE».

 

En conciencia no podía votar a Macías, fuera ya de preferencias o afinidades, pero dentro de límites lógicos y admisibles. La disciplina del Partido nos obligaba, pero no quería acusarme toda mi vida de haber votado a un sujeto que, como me constaba con toda seguridad, destruiría a Guinea Ecuatorial.

 

Atanasio, despechado con la Administración colonial, había cometido el error de echarse en brazos de un hombre que no quería sino su cabeza, como bien pronto habría de demostrarse. Macías odiaba a Atanasio con toda la intensidad de que es capaz un perturbado de su clase, y Ndong le ofrecía neciamente su cabeza en bandeja, como la de un nuevo Bautista.

Si entonces en Guinea habla que combatir a alguien, ese alguien era Macias, o el pueblo lo lamentaría para siempre.

Internamente me sentía herido y traicionado y frustrado. Mi ética me impedia dar el voto a un loco que le había dado por jugar a líder; no iba a ser yo quien le votase cuando de sus vecinos y paisanos, que le conocían bien, ni uno sólo de ellos le otorgó su confianza. Solo UN voto, un solo voto -el de su mujer- se dio favorable en su Zangayong natal, distrito de Mongomo, a Macias.

Recuerdo bien que antes de la segunda vuelta, volví a mi idea de boicotear las elecciones, absteniéndonos de apoyar a nadie.

 

Y en todo caso, dije, puestos a apoyar a alguien, si ya no hay otro remedio, era mil veces mejor apoyar a Ondó Edú que, con su prudencia, dignidad, ecuanimidad y dotes humanas, unidas a la inteligencia y preparación de Atanasio Ndong y su equipo, hubiera dado un perfecto combinado a la nación, que no apoyar a Macías, el hombre que había combatido con todas sus fuerzas al «MONALIGE».

A Ondó Edú los demagogos le acusaban de neocolonialista; y algo de verdad, no hay duda, había en ello, por lo que nosotros, auténticos nacionalistas, no podíamos entregarle nuestros votos, concluían.

Pero me pregunto: ¿de verdad hay un hombre con criterio propio que crea que un país pobre y pequeño como el nuestro puede escaparse realmente del neocolonialismo?

Cosa distinta es mitigar sus efectos y poner en condiciones al pueblo -mentalizándolo en el trabajo- para que se libre de él, el neocolonialismo, lo más pronto posible. Además, tampoco hay que confundir la necesaria interdependencia del mundo actual con el neocolonialismo.

Por otra parte, en política hay que diferenciar muy bien los verbos «poder» y «deber». Intereses partidistas o semiidelógicos aparte, el «MONALIGE» pudo y debió apoyar a Ondó Edú antes que a Maclas, en beneficio del pueblo al que decíamos servir. Y por el simple instinto de conservación, Macias quería destruir al «MONALIGE», Ondó Edú, no.

 

Es verdad también que Ondó se mostró displicente, distante, altanero y petulante con nuestros votos. Nos ofrecía una miseria a cambio de nuestros votos, porqué deslumbrado por la protección oficial, estaba seguro de su triunfo. No en vano repetía aquello de «seré Presidente de Guinea, aunque sólo me vote mi mujer». Incluso dijo que no le hacían falta los votos de Atanasio, por lo que, si éste quería entregarle sus votos, debía plegarse a las condiciones que él, «Boko Ondo», le impusiera.

La intransigencia de Ondó, muy propia de un advenedizo, colmó el vaso de la poca paciencia de Ndong. Ondó no le concedía sino un ministerio. No aceptaba ni el himno ni la bandera que el «.MONALIGE» había propuesto y que ya eran conocidos de todos, rechazó también el escudo. Todo lo tenia que inventar él, el gran «Boko Ondo».

 

Ante tan injusto trato, ante tanta vulgar jactancia, Ndong optó por adoptar la decisión que daría al traste con los propósitos de la España colonial que no escatimó esfuerzos por arrinconarle: apoyar a Macias, su peor enemigo.

Pero, ¿y Macias, qué nos ofrecía Macias, aparte de la muerte segura?

En resumidas cuentas, se unió nuestra candidatura, la del «MONALIGE», a la de Macias, simbolizada por un gallo rojo, con lo que Atanasio cometería el mayor error político de su vida; de estos que sólo se cometen una vez… Como he señalado antes, a Atanasio le obcecaron las actitudes y las arbitrariedades de la Administración colonial.

Pero esa reacción de despecho y rabia, inadmisible en un político de su talla, le conduciría, poco después, a la muerte. Y es que el político ha de ser frió y cerebral, debe saber esperar su momento; el político apasionado y temperamental corre siempre el peligro de cometer graves errores.

Dándose cuenta más tarde de lo amenazador que era el futuro, Ndong trataría de justificarse:

– «Los colonos no me quieren en el poder, porque dicen que soy comunista; pues bien, para que ganen ellos, perdemos todos».

Sí, señor, a esta actitud, como se deja apuntado, llamo yo despecho. Cosa tan poco aconsejable en política. Los colonos, ¿quiénes eran los colonos? Hoy no pueden con Macías; se han escudado en la indiferencia, pero si iban á poder con él y Ondó Edú juntos. ¡Vaya!

A todo esto hay que añadir el coro insensato de lenguas sin pelos ni freno, de indiscreciones y hasta de insensateces que rodeaba a Ndong, sobre todo en el ministerio de AA.EE.

Cuentan que el compañero Armando Balboa Dougan, en las vísperas de consumar la unificación de candidaturas, hizo un inexplicable comentario lleno de irresponsabilidad, y que llegó rápidamente a Macías; dijo: «Es mejor darle los votos a Macías, que no va a mantener aquí a la Guardia Civil, y que por ello, nos será fácil darle el golpe de Estado, que no a Ondó Edú…»

 

Sea como fuere, también Armando conoció su error de apreciación y su equivocación. Quizás pensara en todo esto con el hueso frontal partido en dos por un certero golpe esperando la muerte que fue tan poco piadosa con él.

 

Con gente así, lo más que puede hacer quien tenga aspiraciones o vocación por la política es hacer el héroe o mártir tontamente, sin sentido ni finalidad alguna.

Mientras tanto, Macías, riéndose a mandíbula batiente, sin bajar la guardia en ningún momento y con la obsesión de ganar las elecciones -hasta en esto fue inteligente, torcidamente inteligente, aceptando todas las condiciones de Ndong- recibió los votos del «MONALIGE», ganó las elecciones, y… dispuso una trampa en la que el ofuscado Atanasio Ndong cayó ingenuamente.

Macías ya tenia en sus garras -recuerden el leopardo de su PUNT-todo lo que había deseado en su vida: el Poder y todos sus resortes.

 

Ahora, poco a poco, su pequeño y desvencijado cerebro, bien asesorado, iría maquinando fríamente cómo eliminar sombras.

 

Lo que parecía más difícil, el trepar, ya se había logrado. Tenía ahora todos los ases en la manga; sólo tenía que ir sacándolos uno a uno, a su debido tiempo, para completar las jugadas.

Quería su Presidencia y ya la tenia. Pero quizá no del todo, al menos para su gusto, pues podrían venir en el futuro otras elecciones, no estaba capacitado para afrontar y resolver los problemas de gobierno; Ndong era una compañía incómoda y molesta; no veía clara su eternización en el poder con Ndong al lado.

Conclusión: Había que eliminarle.

Pretexto: el más reiterado y sencillo que la experiencia señala en las tiranías: Intento de conspiración, de golpe de Estado.

 

  1. D) El pretexto de la intentona del «cinco de marzo»

A Macías se le tiene por loco y tonto, y probablemente lo es, al menos lo primero. Se le tiene por histrión y cómico, yo diría más bien tragicómico. Pero Macías no es un tonto de remate, no; no es el loco que le da por agarrarse a un cable de alta tensión, ni por tirarse por un barranco a ver si vuela, no. Es actor, pero de primera fila. Su cerebro, como el de todo cobarde, funciona y maquina muy bien. Coinciden en él todos los síndromes de la paranoia: sufre manías persecutorias, que cambian de sujeto, pero no de entidad; es megalómano, malvado, sustancialmente inestable, necesita desesperadamente mantener su «ego» hipertrofiado y de ahí que busque el aplauso y el olor de multitudes de forma tan grotesca, y emplea el más fácil de los ganchos, la demagogia, para unir a sus prosélitos, los inclinados al revanchismo.

A Macías, para nuestra desgracia, -y tampoco para beneficio de España- se le ha subvalorado, éste ha sido precisamente el gran fallo de sus adversarios.

Macías no salió de un aula universitaria, ni falta que tiene de ello, para lo que hace. Pero no hay duda de que como ordenanza, como humilde y fiel servidor de la Administración colonial española, obtuvo una experiencia, y aprendió también con toda amplitud en esa gran Universidad que es el mundo.

No se mueve merced a esquemas políticos. No se vale de lo que otros dijeron; simplemente piensa, decide y actúa hasta las últimas consecuencias; por reflejos.

Los que infravaloran a Macías, deberán, con el tiempo, detenerse a pensar, cómo un cerebro de babuino pudo realizar las maniobras que le llevaron al poder, contra todo pronóstico, y cómo pudo montar perfectamente los sucesos del tristemente célebre «Cinco de Marzo» en Bata. Bien sé que esta explicación no es fácil de entender, por eso creo que antes de juzgar a la ligera a las personas, hay que conocerlas.

A veces pienso que Guinea es demasiado pequeña para Macias, y dadas ¡as circunstancias, cada vez más pequeña.

 

Macias seria un buen Presidente en Zaire o Angola, Argelia u otro gran Estado africano, donde se movería más a sus anchas y podría permitir a sus «súbditos» el librarse un poco de su molesta e insultante presencia.

Macias pasará a la historia de nuestro pueblo como un fenómeno, sobre el que cada historiador tendrá su versión, pero muy probablemente, no la auténtica verdad. Es más, el propio Macías no se podrá explicar a sí mismo.

Claro que solo se alcanza tal grado de «inteligencia» cuando se rodea uno de tanta nulidad.

 

Cuando se encuentra uno con una ex potencia colonizadora como España que pierde la noción de su dimensión externa y se retira en todos los frentes, porque para ella el mundo empieza en Europa y termina en Marruecos, es posible que se brille tanto.

Si enfrente tenemos a una oposición que es una auténtica jauría de perros rabiosos, sin encontrar manera de que callen todos para que al mismo tiempo sólo hable uno; una oposición que piensa en sus grupos antes que en Guinea, y con tantos grupos como cabezas; cuando se tiene alrededor un auténtico grupo de plañideras lloronas y quejumbrosas, con más facilidad para empinar el codo que para empuñar un fusil, cualquier infradotado como Macías pasa por un superhombre.

Cuando se domina a un pueblo como el guineano, masoquista y eternamente confiado en la Divina Providencia, para que ésta le sirva en bandeja, aparte del maná del cielo, la libertad ahora como en su momento le sirvió la independencia, es lógico que el que domine de esa forma, como el hábil pescador capaz de coger los peces que hay en una pecera, sea acreedor al premio Nóbel, por lo menos.

 

Cuando se proponen diputados como Sebastián Oburu Mesíe, que finge leer cogiendo el texto constitucional cabeza abajo, y quiere intervenir en las sesiones parlamentarias en lengua vernácula.

 

Cuando se tiene a un Ministro de Asuntos Exteriores, como Bonifacio Nquiema Esono que pregunta si Addis-Abeba se escribe con doble «s» o si Etiopia va con «h», es lógico que cualquier indocumentado como Macias pase como lumbrera y doctor eminente.

 

Si se es Presidente de un pequeño país que apenas se ve en el mapa, y que no tiene nada que levante la codicia de los grandes, es posible sin excesiva dificultad proclamarse dueño y señor de ese país.

 

Y si este pequeño país está ubicado en un mundo que no se entera o no quiere enterarse, de los crímenes que se cometen en él, porque no le interesa, es perfectamente explicable que Macías haga su Agosto, masacrando a la gente, a su pueblo.

Macías, como hemos dicho antes, ya tenía su Presidencia, la que tan afanosamente había buscado. Y no tanto por su trabajo, aunque fue mucho, como la ayuda que el desconcierto y estupidez ambiental le proporcionaron. Ya era el Jefe, el Caudillo, el Libertador, el Justiciero, el Héroe, el Omnipotente, el Primer Magistrado…

Ahora no le queda sino demostrar a sus electores que él podía hacer todo lo que había prometido.

Los madereros, cegados por sus intereses, le proporcionarían excusa fácil para empezar por donde deseaba: echar al blanco, para demostrar así que el blanco no era invencible, como la masa lo creía.

 

Las maquinaciones de los madereros con Ondó Edú habían llegado a su conocimiento.

 

Cuando ya los madereros y Ondó Edú tenían madurados sus infantiles planes, Macías mandó detener a Ondó Edú, eso si, con respeto; el ambiente no era todavía propicio para el actual desmadre.

 

Pero éste, presintiéndolo, huyó y se refugió en Gabón, creyendo que allí estaba todavía su amigo León Mbá.

 

Bongó, el Presidente de Gabón, cometió uno de los mayores errores de su vida: incomprensiblemente, engañando a Ondó Edú, por que le dijo que le llevaba a París y de ahí a Madrid, lo devolvió a Macías, sin garantías de ninguna clase. Si Ondó no fue fusilado nada más pisar el aeropuerto de Santa Isabel se debió a la oposición de Ndong. ¿Como interpretaba Bongo el derecho de asilo?.

Pero los madereros que lo habían provocado todo, no movieron ni un dedo en favor de Ondó, su pupilo… Macias seguía creciendo.

Buscaba cualquier pretexto para su ruptura con España; pues era con­traproducente para él, que tanto odiaba la «independencia asociada», se­guir observando aquel entendimiento con España, con la Guardia Civil pa­seando sus uniformes, y los otros blancos siguiendo allí como si nada hu­biera pasado, como si no fuera Macías el Presidente…

Todavía había un casino en que sólo admitían a los socios blancos.

Para Macías aquello parecía más bien Suráfrica o Rhodesia que una Guinea Ecuatorial con su «independencia total». Las arengas, en los esta­dios de fútbol, arreciaban y se hacían más agresivas. Era como si todavía se viviese la campaña electoral. Sus seguidores estaban en guardia. Los demás, nosotros, estábamos cautos, desconfiados y esperanzadoramente tranquilos. Las cosas iban tan bien, aparentemente, que aquello no se pare­cía en nada a una independencia africana.

Pero el dinero prometido tardaba en llegar de Madrid. La táctica dilato­ria que ahora ensayaba Madrid como último recurso le ponía a Macías, con su mente de niño mongólico, nervioso.

Incapaz de dialogar, no hacia sino ladrar a la luna. Con lo que la mínima confianza que inspiraba la novedad de la situación se disipaba, y el dinero parecía alejarse más ante la desesperación de Macias.

En medio de este caldeado ambiente un nimio incidente que solo podía darse entre un Macías quisquilloso, nervioso y harto de los españoles y un embajador sin experiencia entonces como Juan Durán-Lóriga.

Parece ser que había en Bata ondeando un número excesivo de bande­ras rojigualdas. Una cuestión que más bien caía dentro de la competencia del Gobernador Civil y el Cónsul Español.

Es de suponer que una simple llamada del Gobernador al Cónsul hubie­ra resuelto ese problema, reduciendo el número de banderas españolas hasta lo justo e indiscutible en el soberano cielo de Maclas.

Tres eran las banderas que irritaban a Macías y cuya exhibición ame­nazaba su independencia: una, en el domicilio particular del Cónsul; otra, en la sede oficial del Consulado; y la tercera, en e! cuartel de la Guardia Civil.

Como no entiendo del protocolo de las banderas, no sé decir cual de las tres sobraba. Cuál de las tres hería la susceptibilidad del gran naciona­lista Macías.

La cuestión es que Macías, que cree que ser Presidente de una Repú­blica es como ser jefe de tribu, debe saber todo lo que pasa en el país, pues no en vano la Administración es él, por lo que tiene que saber cuándo se casa la hija del vecino, con quién y cuánto dan de dote por ella.

La tonta cuestión de banderas llegó a Macias a través de su escucha «Elá mon-angog»; Macias llamó a Duran y le propuso la reducción de ban­deras, lo que el Embajador se negó a cumplir, llevando a Macías al borde de la histeria, lo que no era demasiado difícil.

Un «simple» embajador, que no es «nada» -así lo decía el antiguo orde­nanza a sus seguidores-, con una mentalidad colonial, se atrevía a ofender y ultrajar la dignidad de la «República de negros de África, Guinea Ecuato­rial», pues, así le gusta oír a Macías llamar a nuestra Guinea. Es cosa co­rriente que cuando Macías pronuncia el nombre de Guinea Ecuatorial, Ru­sia se convierte, geográficamente, en un puntito en el mapa-mundi.

En vista de la osadía de Duran-Loriga, Macías ordenó a su «Juventud» arriar la bandera del Consulado, seguramente la que con más razón se exhibía. Los exaltados, envalentonados por su Jefe que debía haber pensa­do en las consecuencias, partieron raudos a ultrajar la bandera española. La bandera fue arriada sin contemplaciones y la hicieron pasto de llamas. Lo de quemar la bandera, estoy seguro porque conozco bien a Macías, no partió de él. Fue la añadidura de la «Juventud» que quería merecer los favo­res del «Gran Jefe», demostrando su valentía de esta forma irresponsable.

Duran y sus asesores se sintieron abofeteados en pleno rostro. El ho­nor de España, ultrajado…

De este modo, lo que viniendo, como venia, de Macías y su exaltada «Juventud» cualquier persona sensata hubiera considerado obra de desqui­ciados, vino a ser para la inexperiencia de Durán-Lóriga como una auténti­ca declaración de guerra por parte de Guinea Ecuatorial -un Estado que no tenía fuerzas armadas-, contra España.

Personas que podían haber pensado mejor las cosas frente a un per­turbado, las dramatizaron hasta el punto de provocar una verdadera trage­dia…

Durán-Lóriga, ni corto ni perezoso, movilizó a las Fuerzas Armadas es­pañolas estacionadas en Guinea, y en menos de veinticuatro horas, todas las zonas estratégicas del pais fueron tomadas por la Guardia Civil y la Ma­rina de Guerra Española.

– Asi de sencillo, las fuerzas que en teoría debian proteger y defender nuestra independencia, pasaban a sitiarnos, a demostrarnos que no éramos nada, absolutamente nada; que si España quería, podia continuar la coloni­zación.

Fue la noche del 26 al 27 de febrero de 1969. Nuestra pequeña inde­pendencia no duró sino tres meses. Lo que había sido tan sencillo al princi­pio, se iba a complicar estúpidamente para beneficiar a Maclas, que se iba fortaleciendo.

Ahora el pueblo, que si ya antes empezaba a comprender la ineptitud de Macias, al ver cómo se embotaba el desarrollo de la vida del país, volvía a cerrar filas en torno a Macias para defender el atropello a su independen­cia.

La estupidez que siempre ha rodeado a Macias, también le ha dado pie para que explote todos los medios a su alcance que le permitan su eterni­zación en el poder.

Macias empezaba a comprender y darse cuenta de que la realidad de un Estado, comienza alli donde termina la demagogia electoral, lo que iría poniendo cada vez más de manifiesto su ineptitud para el cargo que tanto deseó ocupar. Era, pues, necesario buscar algo, de forma continua, con que distraer la atención del pueblo, para presentarlo como el causante de sus males. No inédito de Macias, claro es, sino artimaña o juego político muy viejo, usado con profusión, especialmente por los regímenes totalitarios.

Esta obsesión de inventar enemigos contra su régimen, y en conse­cuencia contra «su» pueblo, ha sido la constante de la actuación política de Macias. Actuación que le ha convertido en un vulgar criminal, que anda suelto, como muchos, por las alturas del poder.

Macias ha sabido crear sus enemigos, con los que distraer al pueblo de sus problemas actuales, apartando su mirada para ocultar su verdadera si­tuación, los defectos internos.

Primero fueron los españoles, que con ese desgraciado incidente de las banderas, le brindaron la ocasión para señalarlos al pueblo, como cau­santes de sus males, cuando toda persona consciente sabe que nuestros males son frutos de su incapacidad.

Podemos distinguir asi las siguientes fases en la escalada de crímenes del régimen de Macias:

  1. a) Una primera fase en la que el enemigo del pueblo guineano es Espa­ña, los españoles, b) En la segunda fase el enemigo es ya la intelectualidad,

contra la que se lanza el revanchismo de la mediocridad ignorante, c) En la tercera fase el enemigo es la minoría contra la que se lanza a los «fang». Y, d) la cuarta fase que culmina la aberración, es el grupito oligárquico de Mongomó y concretamente de Zangayong. Debiendo tenerse en cuenta que no fue todo Mongomo el que votó a MaCías, y que es más, no le votó, si bien ahora participa en las orgías de sangre organizando hecatombes y hasta crucifixiones de presos políticos, como suena. Ese grupo de Mongomo mar­tiriza a todo el resto de Guinea Ecuatorial.

El 27 de febrero Macías convocó a sus incondicionales, la masa, en el estadio «Santa María» de Bata, el cual se llamaría desde entonces «Estadio de la Libertad». Demagogia en todas partes.

Allí, ante la masa enfervorecida, más bien yo diría que ávida de sangre, Macías procedió a dar lectura a los tres telegramas que había cursado aquella misma mañana a su «colega» Franco -lo de «colega» era habitual en él cuando hablaba de Franco ante la masa enaltecida, como una manera de darse importancia-; al Secretario General de las Naciones Unidas -U Than-, y al Secretario General de la O.U.A., a la sazón el dinámico Diallo Telli.

Los textos de los telegramas no eran que digamos una joya literaria, pero leídos por Macías ante tanto analfabeto, hasta las comas arrancaban aplausos…

Tengo que repetir de memoria aquella lectura que tanto encantó a la plebe:

– «¡Pueblo de Guinea Ecuatorial!» -empezó el «Gran Jefe»-… (aplau­sos)… Esta mañana nos hemos visto obligados a cursar una serie de tele­gramas a Franco, a U Than y a Diallo Telli, para explicarles la agresión que desde anoche ha sido objeto nuestra nación por parte de las Fuerzas Colo­nialistas españolas estacionadas en nuestro suelo… (Aplausos)… El texto de los telegramas es el siguiente:

«El telegrama a Franco: Al General Francisco Franco, Jefe del Estado Español. Dos Puntos… (aplausos)… Tan solo invitar embajador… (aplausos) reducir número banderas, coma… (aplausos)… éste ordena fuerzas españo­las estacionadas… (aplausos)… ocupar nuestra nación punto… (aplausos)… en consecuencia… (aplausos)… le hemos declarado persona no grata… (aplausos y vivas a Macías y mueras a los colonos)… le reiteramos no rup­tura-de relaciones diplomáticas… (aplausos prolongados)… alta considera­ción punto… (aplausos) Francisco Macías Nguema… (larga ovación y vi­vas)…

Una vez cansadas las manos encallecidas de tanto aplaudir, se hizo el silencio que permitió a Macías leer el segundo telegrama:

«Al Secretario General de la O.N.U., coma… (aplausos) U Than, coma,

Nueva York… (gritos de admiración, la voz de Macías ya había llegado muy lejos)… dos puntos (aplausos)… Invitado embajador español reducir número banderas, coma… (aplausos)… ordena fuerzas coloniales estacionadas in­vadir nuestra nación punto. Ruego envío urgente cascos azules, punto… Alta consideración Francisco Macías Nguema. Tras la prolongada ovación, Macias continuó ya a tono, entrando en calor por tanta aplauso…

«… Al Secretario General de la O.U.A., señor Diallo Telli en Addis-Abeba donde se encuentra también nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, Atanásio Ndong, le hemos dirigido el siguiente telegrama:

Guinea Ecuatorial invadida por Fuerzas coloniales estacionadas. Ruego comunique Jefes de Estado miembros de la Organización, agresión sufrida por país hermano, punto… (aplausos)… Alta y fraternal consideración Fran­cisco Macías Nguema».

Atanásio Ndong se encontraba efectivamente en Addis-Abeba a donde se había desplazado por primera vez en calidad de Ministro de Asuntos Ex­teriores para participar en la conferencia preparatoria de los Ministros de Asuntos Exteriores. Temiendo lo peor, abandonó aquel mismo día la capital etíope vía Madrid con destino a Santa Isabel para asi intentar controlar la situación. Todo el mundo estaba asustado: el mini-Congo había estallado.

Los españoles, temiendo la estampida, temor acrecentado por los des­manes de los incontrolados de la «Juventud» -lo de incontrolados es un de­cir, pues los controlaba el mismo Macias antes de que se le desbordaran-, abandonaban la Guinea con lo puesto.

Madrid empezaba a ser bombardeado por un chorro de bulos que no hacia sino aumentar la confusión. En Europa no sólo se nos recuerda por nuestra hambre milenaria, -espiritual y corporal-, sino que se nos identifica también con el canibalismo, la violación, la barbarie, la lepra, la ignorancia…

De este modo, en Madrid ya hablaban de monjas violadas, iglesias que­madas, ríos de sangre que corrían, gente que andaba desnuda y sacaba los ojos a los blancos y los comían, bebiendo además la sangre de los blancos que mataban. ¿Una macabra caricatura de azules y rojos?.

 

La ineptitud de un joven inexperimentado embajador español se justificaba acusando al pueblo guineano de celebrar orgías de sangre, que no tardarían en llegar…, pero no contra los blancos.

 

La danza macabra no había hecho sino empezar. La hora en que las personas -sin consideración de edad y sexo-, iban a morir aplastadas como serpientes había sonado para Guinea.

 

La tan buscada ocasión propicia para barrer a sus adversarios, se le presentaba a Macías. Lo del golpe de Estado no era sino uno de los ases que tenía escondidos en la manga y que sacaría oportunamente. Las contradicciones ya de atrás entre Castellana 3 y el Palacio de Santa Cruz, beneficiaban a Maclas, y de ahí una paradoja bien negativa y desoladora: su peor enemigo, Carrero Blanco, abriría a Macías el camino que le conduciría a su eternización en el poder. Y no son sólo palabras, un peligroso círculo se iba cerrando en torno a Ndong, el hombre preparado y superior al que todos quieren quitar de en medio. Ser negro, inteligente y político son dema­siados delitos juntos…

 

Ndong fue a Madrid, no para preparar el golpe como han dicho sus detractores guiados por las consignas que Maclas lanzó al mundo. Todo el mundo sabía que si en ningún momento era conveniente que peligrasen nuestras relaciones con España, mucho menos todavía lo era en los comienzos de nuestra independencia. Por eso era conveniente, casi mejor se diría que necesario que el único hombre capaz de sostener un diálogo serio y coherente con España, fuese a Madrid para tranquilizar y calmar al Gobierno Español.

 

Hay un dicho «fang» que dice que «si te bañas en el río y dejas las ropas en la orilla, si viene un loco y te lleva la ropa, no salgas en su persecución, no sea que el loco lo parezcas tú».

Conocíamos bien a los españoles, su orgullo y gallardía. Los españoles en Guinea, aparte de sus fuerzas armadas, estaban armados hasta los dientes. Si se cansaban y respondían en su justa medida las bravatas de Macias y de su chusma, aquello podía ser una auténtica masacre. Seria como disparar contra perdices enjauladas. Además, Maclas y su «Juventud» eran una cosa y el pueblo guineano otra. No podíamos permitirnos, salvo locura, el lujo de provocar a unas fuerzas bien armadas y adiestradas y que ya tenían los nervios a flor de piel. Unas fuerzas que ya sólo esperaban que les mandaran abrir fuego.

Macias confiaba en unos «cascos azules» que le lloverían del cielo. Pero nosotros sabíamos que el tiempo en que se convoca, se reúne y toma decisión sobre ello el Consejo de Seguridad, era suficiente como para que cuando llegaran las fuerzas de la O.N.U., no encontrasen sino cenizas. Y a España nadie le pedirla cuentas, nada le pasaría. Alguna protesta y tierra encima. Injusticias similares y más grandes incluso ya se habían dado y el mundo estaba habituado. ¡Guinea no iba a ser, como no lo es hoy, una excepción!.

Por todo eso era oportuno que Ndong fuera a Madrid en calidad de Ministro de Asuntos Exteriores, para saber qué pensaba hacer, a través de su colega Castiella, el Gobierno español. Debía también, en todo caso, pedir cordura al Gobierno Español.

En esos contactos perfectamente claros y justificados, suelen encontrar las lenguas viperinas el plan subversivo gestado para acabar con Macías. Se habla de un cheque de noventa millones de pesetas entregado por Castiella a Ndong; y no sé para qué, porque que yo sepa, los cheques sirven para retirar fondos si hay remanente, pero no para dar golpes de Estado. ¿Qué podría haber hecho Ndong en tan poco tiempo, prácticamente unas horas, con un cheque de noventa millones de pesetas: contratar mercenarios, adquirir armamento? En. fin, cosa insostenible, tendenciosa, falsa.

En un vuelo especial, Atanasio llegó a Santa Isabel, creo que el dos de Marzo de 1969. Llegó en el justo momento de evitar lo peor para Durán-Lóriga por parte de los energúmenos de la «Juventud» que le asediaban en el aeropuerto. De ese modo pudo Duran abandonar el territorio guineano, en el que ya se encontraba ilegalmente.

 

Y con esto, Ndong no hizo sino cambiar de avión y seguir rumbo a Bata, a la llamada de la muerte…

 

Todo lo ocurrido fue tan infantil que resulta ofensivo llamar a aquello «golpe de estado fallido».

 

Nada falló, porque no hubo nada. En ninguna mente cabe, sino en la del que no conociera bien la persona que era Ndong que éste incurriese en tanta puerilidad, tratando de llevar a cabo, en serio, un golpe de Estado.

 

Sólo los personajes de un espectáculo cómico, los tontos de circo, para distracción de la gente, podrían hacer representación semejante; pero en serio, nadie.

 

Unos hablan de una cena en que anunció su golpe; otros, de una disputa con Macías que terminaría con amenazas; hay terceros que aseguran que Ndong estaba drogado. iVaya!

 

. Ninguna versión de estas nos acercará nunca a la realidad de los he­chos ocurridos en la noche del cuatro al cinco de marzo que tanto han desgraciado a Guinea y a su pueblo; porque, salvo éste presunto de Ndong, ningún golpe de Estado se pregona a los cuatro vientos.

 

Atanasio no tenía ninguna necesidad de llegar hasta un golpe de Estado, al menos a los cuatro meses escasos de haber alcanzado la independencia el país.

 

Evidentemente, era de general conocimiento la profunda ineptitud de Macías para el cargo que ocupaba, pero, en honor a la verdad, todavía no se le podía acusar de nada.

 

Los «fang» dicen que no pongas nombre a un niño que todavía no ha nacido, ni proclames que un bailarín no sabe bailar, si todavía no ha empezado el baile…

 

Que Macías no nos llevaría a ningún sitio; que sería el desastre de nuestro pueblo; que no era el indicado para presidir una República que em­pezaba de la nada… Todo eso se sabía. Pero todavía no había hechos concretos o pruebas fehacientes plenas de su incapacidad e inoperancia. Los hechos todavía no le acusaban.

Que Ndong -si de verdad hubo intento de golpe- pudo haber previsto con antelación que pasaría lo que ahora estamos viendo, era muy posible; pero se pudo, al menos, como en el dicho «fang» dejar bailar a Macías por los cinco años de su tiempo presidencial, que pasarían volando… Quizá y durante esos cinco años de duración del cargo se hubiese tenido suficientes elementos de juicio para emitir criterios validos sobre la obra política de Macías, lo que habría convencido a los electores de su incapacidad para el cargo, a la vista de los resultados… Pero, ¡ay prisas!

Había, por el contrario, como es obvio, poderosas razones que no aconsejaban -por otra parte, sin absolutas garantías del éxito- cualquier intento de derrocar a Macías.

 

La primera es que, Macías, de forma obsesiva, desde que terminó de nombrar su primer Gobierno, en el que no pudo satisfacer a los muchos que se habían enronquecido berreando su nombre y sus «slogans» estaba en guardia respecto a Atanasio. No se fiaba lo más mínimo de la extraña confianza que depositaba en él el hombre que más había combatido en su vida. Macias estaba caviloso con Atanasio.

 

Personajillos de alcantarilla como Gaudencio Asumu Oyono -ese Rasputín guineano-, Bernardo Eloy Gómez -ex-legionario- que ahora jugaba a político-, sugestionaban la mente enfermiza de Macias con veladas acusaciones contra Atanasio, asegurando a Macías que Ndong urdía un complot contra él.

 

Un hecho, insólito y casual, me lo confirma: Una tarde en que iba al Instituto a mis clases, me encontré en el cruce del Hospital de Santa Isabel con Atanasio Ndong que venía en su «Mercedes» oficial.

 

En ese mismo instante apareció por allí Bernardo Eloy Gómez, alias «Elá mon-angog» con su clásica carpeta roja bajo el brazo y su andar patizambo, sudando como un condenado; venia de realizar sus batidas por San Fernando -barrio de Santa Isabel, hoy llamado Elá Nguiema, en memoria de Pedro Elá Nguema, sobrino de Macías, su mejor y más positivo colaborador-.

 

«Elá mon-angog» era el agente secreto de Macías, el escucha número uno, que iba siempre presumiendo de Agente importante del Gobierno, de su amistad y confianza con el Presidente.

Era uno de esos clásicos personajes que en los regímenes autócratas como el de Macias siembran el pánico, aunque en realidad y vistos en su propia dimensión no son más que unos pobres muertos de hambre, unos desgraciados, que no hacen más que explotar una ocasional amistad personal con el Jefe.

Pues bien, en ese momento, Ndong ordenó al chofer que parase el coche; bajó Atanasio del mismo y se dirigió directamente a «Elá mon-angog» y le increpó en términos duros. Esta fue la segunda vez que en mi vida le vi alterado a Ndong.

Le dijo: -«Mira, Bernardo, no sé lo que eres en el Gobierno ni me impor­ta; pero mientras yo sea Ministro de Asuntos Exteriores, no te quiero ver más hurgando por mi Ministerio. Tenlo muy en cuenta, porque, de lo contra­rio, te puedo pegar un tiro».

Ndong volvió a su coche y se fue. Ese mismo día saldría para Addis-Abeba, con el fin de efectuar su primera y última visita como Ministro de Asuntos Exteriores a la sede de la O.U.A.

Más tarde pudimos saber que el enfado de Atanasio Ndong estaba explicado, pues el citado sujeto, «Bernardo Eloy Gómez» había ido a Macias con el cuento de que Ndong celebraba reuniones secretas con la Guardia Civil.

La segunda razón de peso era que, hasta ese momento, se estaba viviendo la vida política del país como si estuviéramos todavía, en pleno proceso electoral. El Gobierno, como tal, aún no funcionaba realmente. Con decir que ni los Ministros cobraban todavía sus haberes, ya puede hacerse idea de qué tipo de Administración teníamos. El momento se podría definir con estas certeras palabras de Nsue Angüe: «En Guinea hay ministros pero sin ministerios».

Los discursos que pronunciaba Macias entonces, más que de un Jefe de Estado, eran por inercia como de un candidato que todavía anduviera a la caza de los votos.

¿A qué, entonces, precipitar las cosas? ¿Para qué iba Atanasio a intentar un golpe de Estado que indignaría a los seguidores de Macias y que por otra parte pillaría de sorpresas a los partidarios de Ndong y Ondó Edú? ¿Qué se podría pretender con el golpe de Estado, iniciar una política de hechos consumados? La caída violenta de Maclas, ¿no habría provocado una guerrilla en el Norte de Río Muni que, al ser contra Atanasio, hubiera gozado de las simpatías del Camerún nuestro vecino del Norte?.

Sin pretender que los actos humanos sean siempre lógicos, y que Atanasio se viera libre del error o de la insensatez, resulta totalmente incomprensible y por tanto inadmisible que Atanasio Ndong pretendiera un golpe de Estado.

Cuando se está abocado a la perdición en política, cuando ya se ha resbalado, no hay freno posible. En política sólo se. puede equivocar uno una vez, si el error es de entidad suficiente.

La problemática y la tensión principales, venían del Ministerio de Asuntos Exteriores, que tanto trabajo nos costó conseguir. Ndong se había rodeado de individuos que perdieron los papeles a los pocos días.

 

Que Atanasio recibiera a su lado a Gori Molubela estaba bien visto porque Gori era un político guineano cuya capacidad de trabajo, seriedad, eficacia y orden eran poco comunes, por lo que era justo que se le recuperase siempre que fuera posible, y, dando de lado las posibles discrepancias. Por eso su nombramiento como Jefe de Gabinete no nos pareció desacertado.

 

La presencia de Norberto Balboa en el Ministerio como Jefe de Protocolo, también se podía aceptar, quizá en memoria de su padre, nuestro insigne Alcalde Abilio Balboa Arkins. Norberto no me pareció de una destacada actividad nacionalista, habiendo sido funcionario del Gobierno camerunés, durante su exilio.

 

Pero lo que nadie podrá explicarse es cómo Ndong dejó fuera del Ministerio la inestimable colaboración de hombres como Djamanene, Ndong Nvumba, Mengüé Nvumba y otros ilustres nacionalistas que tanto dieron para la causa y que, políticamente, teniendo en cuenta que Ndong era un potencial Jefe de Estado le habrían proporcionado la necesaria asesoría en política nacional.

 

Ndong cegado por no sé qué malos hados, se había rodeado de charlatanes, personajillos oscuros de los que nadie conocía su procedencia.

Hombres muy dados a decir «sí, señor», sin más explicaciones.

En política claro es que no basta la fidelidad y la adhesión inquebranta­ble e incondicional.

A veces es necesario, justo y honrado discrepar. Y supongo que en aquella jauría de «ndowes» -NDOWE, es el nombra de unos grupos playeros del Continente, en tiempo de la Administración española llamados «Combes»- en que se había convertido el Ministerio de Asuntos Exteriores, tan difícilmente conseguido por el «MONALIGE», nadie discutiría nada a Ndong.

Es más, no había forma de guardar ningún secreto allí. Todo se comentaba con indiscreción increíble en las tertulias, con la habitual locuacidad africana, haciendo que lo que debiera haber quedado reservado, fuera pábulo de comentarios y corriese como reguero de pólvora por todas partes, cosas que por elemental discreción debieron quedar reservadas y no dar vueltas y vueltas por la ciudad, la isla y el país, con los prefijos de «he oído que…» o «se dice que…».

Otra poderosa tercera razón era la siguiente: la unión Macías-Ndong, no gustó sino a Macías y a sus seguidores que veían en ella la culminación de sus aspiraciones.

La unión no convencía a nadie. Ndong mismo lo sabia.

Por eso le oí decir en aquel histórico acto político que tuvo lugar en la sala de cine «Okangon» de Bata.

 

– «Espero, compatriotas -dijo-, que vuestro comportamiento esté a la altura de los momentos que vive el país. Todo el mundo está a la espectativa. Que no pase lo que todos están presagiando, que la unión Macias-Atanasio va a destruir a Guinea… Sed respetuosos con vuestros curas, pastores, monjas y demás jefes espirituales, respetaos mutuamente…»

 

Pero nadie le hizo caso. El triunfo se había subido a la cabeza de los seguidores de Macías. Y, desgraciadamente, los hechos vinieron a confirmar los presagios. Efectivamente, la unión Macias-Atanasio, destruyó a Guinea Ecuatorial, un pequeño país que había llegado con ilusión a su independencia, tras casi dos siglos de colonización… De este modo moría nuestro sueño antes de florecer.

Por eso, porque los humanos somos así, allí donde cupo el amor y la vida, sólo cabe ya el odio y la muerte; donde se soñó y se saboreó la dulzura y la dicha, ya se paladea la amargura, la desilusión y el desengaño. La venganza encuentra, por el lacerante dolor, lugar en el corazón del noble pueblo guineano. Ya solo hay que pedir a Dios que en nuestra rápida marcha hacia el primitivismo, no caigamos en el canibalismo y en las guerras tribales; que no vuelvan a aparecer los «leopardos de caminos» -asaltantes-; que el hombre no deje de ser la noble bestia.

La España colonial, no muy dada a perder, no asimilaría bien ese tiro salido por la culata. Ndong había obrado como no esperaban que lo hiciese, pues en lugar de unirse a Ondó Edú lo había hecho con la persona que más quería combatir.

 

No estaban, entonces, dispuestos a perdonar a Atanasio Ndong su decisión, los que veían peligrar sus intereses con esa alianza, y por eso intentarían, a toda costa, torpedearla, cosa que lograrían fácilmente, al no haber sinceridad ni por parte de Ndong ni por parte de Macias. Era evidente que esos dos políticos, en su unión, no pensaron en lo mucho que con un poco de buena voluntad podían haber dado al pueblo, que se sentía, verdaderamente, nacionalista.

 

Pero si bien es cierto que el pueblo no acababa de digerir la extraña unificación de candidaturas, sí es verdad que ante un hecho consumado no le quedaba otra alternativa que la de esperar. Y el pueblo esperaba mucho de la fogosidad y celo nacionalista de Macías unidos a la inteligencia y eficacia de Ndong y su equipo.

Macías había difundido durante la campaña, el famoso «slogan» de «un hombre, un equipo, un programa». Pero la verdad es que sólo existía lo primero, el hombre, que era Macías, faltaban el equipo y el programa, cosas que el pueblo creía que proporcionaría Ndong.

Y así estaba el pueblo esperando ver actuar a lo mejor que tenia entonces el tandeo Ndong-Macias. Pero, como he dicho antes, la unión se había hecho sin sinceridad, sin pensar en el pueblo. Macias aceptó la unión porque sólo así ganaría la Presidencia y controlaría a Ndong, neutralizándole, cosa que él sabía que era altamente difícil.

Ndong, por su parte, fue a la unión por propia iniciativa, sin contar con nadie de los suyos, en actuación unilateral y personalista, con el propósito de torpedear la posible acción política de Macias y ridiculizarlo ante su electorado, haciendo cada vez notoria y visible ante el pueblo la incapacidad de Macias. No había confianza, que era lo peor. Los dos se vigilaban al saberse equipolentes, políticamente.

Macias sabía que en las elecciones obtuvo un triunfo electoral bien amañado, pero no su soñada Presidencia.

Tenía todavía por delante, a pesar de las difíciles maniobras que realizó, demasiados obstáculos que vencer para consolidar de una vez por todas su eternización en el poder.

La eliminación de Atanasio, pues, era para Macias algo perentorio e inexcusable, bajo cualquier pretexto que presentase la oportunidad. Macias quería descansar tranquilo en su Presidencia y tanto él mismo como sus sabuesos coincidían en considerar que Atanasio era un peligro latente.

 

Macias le tendió la trampa mortal, ayudado por los contrastes internos del Gobierno de Madrid, y Atanasio, como un bisoño, cae en la peligrosa telaraña y muere, dejándonos a los guineanos sólo los ojos para llorar.

 

Y la pena más grande no es su muerte como tal, sino el cómo le mataron. Un hombre digno, un político de talla internacional, cae molido a palos por unos golfos callejeros, que apenas sabían lo que hacían.

 

Como antes se dice, Ndong regresó de Madrid en un avión especial: (fecha exacta) el 1 de marzo de 1969, domingo.

 

Tras departir en Santa Isabel con el embajador Durán-Lóriga, coge el avión que le llevaría a Bata. Ya en Bata, y como venía obligado, se presentó a Macías para rendir informe de su viaje, esto es, despachar con el Presidente. En la entrevista, Macías le explicó a su manera el incidente de las banderas y también su versión personal de todo lo que había pasado hasta entonces.

Ndong pretendió hacer ver a Macias que todo eso no era motivo suficiente como para crear el clima de tensión que ya existía entre Guinea y España; que no se debía hacer un mar de una gota de agua; y que incluso no convenía, así de entrada, quedar mal con España, que nos conocía mejor que nadie y que seria la primera, a pesar de todo, en venir a nuestro lado. Finalmente pidió al Presidente que diera carpetazo olvidando el incidente, que España tampoco le daría ya más importancia.

Pero esas sensatas sugerencias no encajaban en el propósito de Macias.

 

Macías ávido de sed inextinguible de poder individual, de aplausos, de estar sólo en el mando sin sombra alguna, rechazó el criterio de Atanasio, porque no le satisfacía. Maclas ya había advertido que el incidente le daría ocasión para crecerse ante la masa y no iba a desaprovecharla. Ya se habia creado un enemigo, o una víctima, con la que distraer a la masa de la contemplación de sus penas y dificultades, y claro es, no aceptó esa postu­ra de Atanasio que calificó de «claudicante» él, que había sido el perro fiel de la Administración Colonial, y maltrataba a sus paisanos para ganar la confianza de sus amos.

 

Además, ¿quién era el Presidente él o Atanasio? ¿Quién debía decir lo que había que hacer?

 

Por eso arreció en sus arengas y discursos. Aprovechaba cualquier oportunidad para vejar a España y a su Gobierno.

 

Los ataques a las fuerzas españolas estacionadas, que se estaban retirando, al pequeño blanco que aún andaba por allí para ver cómo defender o salvar su finca, su comercio o sus enseres, fueron creando tal estado de tensión que a Guinea se le empezó a llamar el mini-Congo.

 

Maclas, además, estaba demasiado comprometido con su «Juventud», y ésta pedía acción -acción suicida, por supuesto-, y la única manera de contentarla en espera de los acontecimientos, era lanzarla contra el blanco, causante de sus males.

 

Esa estúpida y negativa actitud de Maclas le iba distanciando cada vez más de su Ministro de Asuntos Exteriores que veía en todo ello algo insensato e inútil una provocativa manera de neutralizar sus buenos oficios ante España.

Ndong estaba realmente molesto por la actitud infantil de Maclas.

¿Qué sacaba con provocar a España? ¿Qué pasaría sí la Guardia Civil, abandonando su insólita actitud de inhibición, respondiera debidamente a las provocaciones de los golfos y maleantes que jugaban a ser héroes? Por eso no se le vio a Ndong en ningún acto oficial en que estuviera Macías. Hasta que, en la noche del cuatro al cinco de marzo de 1969, Ndong, convencido totalmente de que con Macías ya no había nada que hacer -no en vano le volvió a llamar a la cordura- se fue a Río Benito indignado. El Presidente le había contestado como no se haría con un niño pequeño. Ndong salió dando portazo. Aquello colmaba el vaso de su paciencia. Maclas se había olvidado de que Ndong no era un simple Ministro de Asuntos Exteriores, sino un aliado que formaba coalición con él, y de que por tanto, tenía que ser tratado con más respeto, tener consideración para las ideas de quien era su aliado en el Gobierno.

En Rio Benito, según cuentan, formó un comando, integrado por unos cuantos números de la Guardia de Marina.

 

Pude hablar más tarde con uno de los contados que integraron ese comando y que no perdió la vida en las torturas que siguieron al fracaso. Me aseguró ese Guardia de Marina que Ndong no les dijo nunca a qué iban a Bata; de lo contrario, sabiendo que se jugaban la vida, no se hubieran dejado coger sin pegar ni un tiró. Además, como cuestión accesoria ¿qué preparación militar tenían esos hombres?

 

La cuestión es que llegaron a Bata de noche, ya bien entrada la noche, y les situó en el palacio de la Presidencia en Bata, antiguo Gobierno Civil de Bata…

 

Y a partir de aquí, ya todo son conjeturas, empiezan las versiones distintas, tan comentadas.

 

La que Macías dio al mundo y que confirmaron sus incondicionales era como una broma incongruente e inverosímil: Esta fue su versión de los hechos:

 

Atanasio inició el golpe deteniendo al Teniente Coronel Tray y Muery. Acto seguido Atanasio detuvo a todos sus colegas de Gabinete presentes en Bata a los que fue a encerrar en el cuartel de la Guardia Marina de dicha ciudad. Entre los Ministros apresados según esta versión estaba el entonces del Interior y ahora refugiado en Madrid, Ángel Mesié Ntutumu. Este manifestó que en el momento de ser capturado por Ndong, que llamó a su puerta y que confiado acudió a abrir, iba Ndong acompañado de un grupo de sus seguidores, entre los que se encontraba el infortunado compañero Pelagio Mbá. Pero éste, torturado hasta morir, nunca admitió su participación en la operación. (2).

 

Según este mismo Ministro torturador y asesino que se adhirió a la cuadrilla de Macias, por su ambición de engancharse al carro del vencedor, pues antes era seguidor de Atanasio Ndong, éste tenia sobre el hombro algo así como una pequeña toalla, que desprendía un fuerte olor a pimienta y amoníaco y que pasaba por los ojos de sus victimas para cegarlos -una especie de «spray»- tiempo que aprovechaba para amarrarlos, meterlos en el coche y llevarlos al cuartel de la Marina en Bata.

 

Tan fantástico relato, obviamente, no resiste ni merece un análisis serio; ¿no es increíble, Angelito Mesié, que un hombre sólo haga todo eso que contaste? Pero vuestra hora de triunfo, el triunfo de los trepadores, había sonado y no importaba mentir.

 

Otro que también tiene mucho que contar es el aventurero Ciríaco Mbomió, actualmente refugiado en Madrid, tras derrochar su exacerbado nacionalismo al servicio de Macias. Un sujeto nada fiable.

 

Pero, qué tendrá Maclas que tanto sus mujeres como sus eunucos huyen de él. Dónde irán a lavar las manos manchadas de sangre inocente tanto asesino y cobarde.

 

La versión de Macias, cuando no desvariaba, y que pudiéramos considerar como la «principal», respecto de las variantes que dan sus seguidores, sigue siendo ésta: Concluida la detención de todo el Gobierno y de los cuadros no adictos de la Policía y de la Guardia Nacional -antigua Guardia colonial, que es lo que realmente sigue siendo, por su mentalidad-, Atanasio comenzó a buscar al mismo Macias.

 

Pero no había manera de encontrarle. En realidad, Macias, que es consciente de haber llegado a la Presidencia contra la voluntad de poderosos adversarios, sufre la manía persecutoria desde el primer día, por lo que, precavido, no pasa la noche en el Palacio presidencial de Bata. Tiene, como se sabe, otros domicilios en esa ciudad.

 

Al no encontrarle allí, sigue el relato que Macias hacia en privado, Ndong se dirigió al cuartel de la Guardia Nacional, donde todavía se podía leer la vieja inscripción colonial, ya reciclado, de «TODO POR LA PATRIA», en la entonces calle del 18 de julio, hoy, me parece, «Avda. de la O.U.A.».

Acudía al recinto militar para ver si atraía a Salvador Elá Zeng, Capitán de la Guardia Nacional que estaba al frente de las Fuerzas de la guarnición de Bata e, indudablemente, el militar mejor formado hoy en Guinea. Elá Zeng se opuso a la propuesta alegando la fidelidad que había jurado a la Constitución guineana y a su Presidente. Ndong insistió, pero el Capitán fue inflexible.

Consciente de que era inútil insistir, Atanasio le preguntó por donde podría encontrar a Macias, para despachar con él. El Capitán le contestó que no tenía ni idea.

 

Ndong salió raudo de allí en busca de Macias, dejando la custodia de la puerta principal a cargo de su seguidor, el Alférez Marcos Bono, de origen «basa» o «nvele», como la esposa de Ndong. Al no encontrar a Macias en ninguno de los lugares en que le buscó, se dirigió al Palacio del Gobierno para ocuparlo, ya como Presidente, puesto que Macias se había escapado…

 

Por su parte, el propio Salvador Elá Zeng suele contar más tarde lo siguiente:

Al salir Atanasio Ndong, él, Salvador, corrió al lado de Macias para decirle lo que estaba pasando. Entonces, Macias, se dirigió al palacio acompañado del mismo Elá Zeng y de su «Juventud».

El Capitán fue el primero en entrar en el palacio, simulando aceptar la propuesta de Ndong; entonces éste, confiado, le dio la espalda un momento para asomarse por un balcón al patio interior del edificio, momento que Elá Zeng aprovechó para darle un culatazo en la nuca, haciéndole perder el equilibrio.

 

Ndong cayó al patio central del palacio donde ya le esperaban Maclas y la masa ávida de sangre…

 

Y aquí empieza lo que los ojos no debieron ver: Con una pierna quebrada, Ndong, inmovilizado en el suelo, recibió la primera sesión de palos; y. cuando le creyeron muerto, dejaron de golpearlo.

 

Uno de los que participaron en aquella orgía de sangre formando el grupo de la «Juventud» y que curiosamente murió de «tétanos» en una celda de la prisión de Santa Isabel, años más tarde, siendo ya abogado, y cuyo nombre no doy porque al estar ya muerto quiero respetar su memoria, me contó con morboso gozo:

 

– «Cuando nos cansamos de pegarle, empezamos a orinarle encima y a apagar las colillas en su piel. Cada vez que daba muestras de vida le dábamos más palos. ¡No he visto hombre tan resistente! Queríamos matarle allí mismo como una serpiente, porque temíamos que Macías diese marcha atrás y le perdonara la vida…».

 

Ya el día más aciago de nuestra historia, el «Cinco de marzo», había amanecido.

 

La ocasión con que tanto soñó Macías, se le había presentado; de un mismo tiro mataría todos los pájaros: Ndong y todo su equipo.

Bata amaneció en medio de tumultos.

La «Juventud» pedía sangre, la del «traidor», y en esas cosas Macias siempre ha sido muy complaciente con el pueblo.

 

Atanasio yacía casi desnudo en el patio del palacio del Gobierno, en medio de un charco de sangre, bajo un sol que caía como plomo y recibiendo una lluvia de palos.

Como en Santa Isabel se encontraban los seguidores de Ndong más importantes, Djamanene, Ndong Nvumba, Armando Balboa, Gori Torao y otros, que ya debían estar al tanto porque, según Macias, la consigna era el silencio de «Radio Ecuatorial Bata, La Voz de Río Muní», mandó Macías poner un telegrama a Armando Balboa y a Marta Moumié de Ndong cuyo texto decía: «Lo propuesto se ha hecho, venid urgente…».

Para recibirlos se formó un túnel humano que iba desde el aeropuerto hasta la prisión de Bata, la «cárcel Modelo» pasando por el edificio del Gobierno Civil. En medio de este canal de la muerte y hostigados por grupos de la «Juventud» debían pasar las victimas recibiendo a cada paso, una andanada de palos, piedras y todos los objetos contundentes que la masa en­contraba a su alcance, en su tarea de administrar justicia, hasta que el infortunado de turno llegaba ya, hecho un guiñapo, piltrafa humana, ante Macias, en el primer piso del Palacio donde él mismo procedía al interrogatorio de los, según él, implicados.

El primero en bajar del «tribunal», culpable, fue Ibongo, el patriota, el representante de Guinea ante |a O.N.U., el universitario distinguido. Lo único que había pedido a Maclas era que hiciesen un juicio digno a Atanasio Ndong, ya que no creía que hubiera intentado dar el golpe. Al salir de ser interrogado, y bajar a la puerta de la calle y ver lo que le esperaba en ella el ¡nfortunado chilló, pataleó, como un animal asustado. Pidió clemencia, pero inútilmente, porque la hora del triunfo verdadero de Macías había sonado.

Se le empujó a Saturnino Ibongo en medio de aquel tubo humano, donde fue a caer como un gusano entre las hormigas hambrientas; le ataron las manos a la espalda y le obligaron a correr hasta la prisión mientras intentaba esquivar los golpes. Maltrecho, con el cuerpo hecho colador, por los golpes propinados con púas, llegó al patio de la prisión, donde le unieron las manos a los pies, como un cordero que va a ser degollado, Ibongo así no duró ni cinco minutos; fue el primero de la cadena que expiró. Más tarde, el cinismo de Macías y sus partidarios difundió al mundo que Ibongo se había suicidado en la celda envenenándose con unas pastillas de cianuro. Esta manera de atar a las víctimas se conoce hoy en Guinea como a «lo etiope». No hay que olvidar que los verdugos de Macias fueron a graduarse en Etiopia en las refinadas artes de la tortura.

 

Gracias a esta muerte de Ibongo los demás tuvieron la suerte de un compás de espera y no murieron a la misma hora, pues se ordenó que le soltaran las ligaduras. La segunda víctima, acto seguido, fue el dinámico Armando Balbao, Secretario de la Juventud en el Comité Central del MONALIGE, Secretario de la mesa de la Asamblea; al pobre no le dejaron llegar a la cárcel. Un tarugo de madera, con aristas, esgrimido con la maestría de un asesino, le partió en dos el hueso frontal, matándole en el acto.

 

¡Guineanos que tuvisteis la suerte de no vivir estos acontecimientos luctuosos y vergonzantes, nunca podréis llegar a imaginaros, por mucho que sea vuestro esfuerzo, lo que es ver matar a las personas como a serpientes!

Marta, la infortunada Marta Moumié, aquella que vio cómo su primer marido, Félix-Roland Moumiéel gran líder de U.P.C. -Unión de los Pueblos de Camerún- era asesinado, envenenado, por su médico de cabecera, durante el exilio en Suiza, iba a vivir otros tristes acontecimientos en su azarosa vida.

En efecto, la esposa de Ndong, sospechando de aquel extraño telegrama, quemó cuidadosamente la carpeta donde Ndong guardaba papeles que pudieran comprometer a alguno de su colaboradores a los ojos ansiosos de Macias y sus colaboradores, que buscaban frenéticamente los pretextos para aumentar la lista de víctimas.

 

De ahí que, lo que Macias dijo de haber encontrado un proyecto de gobierno de Ndong fue otra de las grandes mentiras con que quería justificar lo injustificable.

 

Al bajar del avión que le traía de Santa Isabel, Marta fue recibida por la «Juventud en marcha con Macias», el panorama no podía ser más desolador: la hicieron caminar a pie desde el aeropuerto de Bata hasta el antiguo Palacio del Gobierno Civil, casi diez kilómetros. Ya a la altura de la Plaza de Correos, quizás el rincón más bonito de la ciudad de Bata, la «Juventud», mozalbetes enloquecidos, obligaron a la dignísima dama a quitarse la ropa. Marta se negó. Les dijo que aquello no era posible. Pero en este reinado de locura todo era posible.

 

La chusma, presa de una colectiva enajenación mental, empezó a desnudarla, pieza por pieza, ante el macabro regocijo de la marabunta que asistía al espectáculo.

 

Cuando ya la dejaron como vino al mundo, en medio de la Plaza, con un aterrador sadismo los muchachos comenzaron a arrancarle el vello del pubis y a sobarle los pechos y el órgano genital, todo ello acompañado de los más groseros comentarios. La mediocridad rampante estaba festejando su triunfo.

La gran dama ultrajada vio como la vergüenza, más ajena que propia, iba adueñándose de su cuerpo, superando al dolor físico; porque, a todo esto, ya Marta ni chillaba ni decía nada. Más le dolía su dignidad de mujer tan malamente pisoteada que los golpes físicos.

Cuando, al final, la trajeron hasta el edificio del Gobierno civil ya estaba totalmente «afeitada», como quien va a ser operada… Un exaltado, un energúmeno se abalanzó sobre ella y le introdujo en la vagina una rama astillada, con lo que la dejaron mal herida, como una cuba abierta, chorreando sangre y orines.

Así, en ese estado, la llevaron ante Macias, que ni se inmutó.

Cuando la pobre Marta vio cómo yacía en el suelo su marido, se desmayó, lo que le salvó la vida, porque a continuación la llevaron al hospital de Bata. Nunca entenderé cómo Marta sobrevivió a la tortura.

Pero la hecatombe seguía. Hubo cadáveres que ni se llegaron a encontrar, en medio de tanta masa humana enloquecida.

Después de todo esto, considero necesario señalar que la versión de Macias no convenció a nadie. Tenia demasiadas incoherencias, demasiadas piezas sueltas, demasiado infantilismo en el relato de los hechos.

 

Veamos algunos de los cabos sueltos.

 

En un régimen personalista como el de Macías, tiranía a la africana, al que se le puede muy bien aplicar aquello de «muerto el perro se acabó la rabia», ¿qué necesidad tenia Ndong de detenerse en los satélites? Supuesto el propósito de golpe de Estado, ¿no hubiera sido más lógico ir al grano y eliminar al mismo Macias directamente?

 

Alguien podría objetar: Si no sabia dónde estaba, no se podía eliminar. Y cabe argüir, ¿Es que se puede dar un golpe de Estado sin conocer dato tan importante?

 

En esa asignatura llamada «golpe de Estado», que se enseña con frecuencia en nuestros países subdesarrollados, solamente hay dos notas calificadoras, y solamente dos: un cero, que significa pasar por delante del pelotón de ejecución, o un sobresaliente, que es la cumbre, el poder.

Ndong conocía esto muy bien; sabía que, como sedicioso, Macias no le perdonaría la vida. ¿O es que -pienso- la autosuficiencia le cegó tanto que llegó a creer que derrocar a Macias era un paseíllo de feria?

Resulta incomprensible-y por eso nunca me convencerá la verdad unilateral de Maclas al no haber la de otra parte, la de Ndongo, con que confrontarla- que si Atanasio tuviera ya seriamente pensado lo del golpe de Estado, no dejara a Ibongo, Djamanene, Balboa, Ndong Nvumba, Goman y otros estratégicamente colocados fuera, por si acaso fallaba en el interior. Por otra parte, ya que Saturnino Ibongo iba a ser arrastrado a la muerte o a la victoria, ¿cómo no le dijo Ndong lo que bullía en su mente, si pretendía dar el golpe de Estado? ¿No hubiera sido Ibongo mucho más útil fuera que dentro?

¿Y cómo es que Balboa, pudo conocer la intentona antes que los demás colaboradores de Atanasio?

Finalmente, incluso en el caso de haber habido una verdadera intentona de golpe de Estado, ¿no merecía Ndong, por parte de Macias, que tenía la Presidencia gracias a él, el mínimo respeto que impone la dignidad humana? ¿Ofrecer un juicio justo a Ndong para descubrir su responsabilidad, si la tenia?

¿Por qué Macias dejó que personas como Ndong, Ibongo, Balboa, Mbá Micha y otros, fueran muertos por jovenzuelos, como si fueran serpientes?

 

Si, según el mismo Macias, controló éste la situación en cuestión de minutos, ¿qué prisa tenía para matar a palos a personas que perecieron proclamando su inocencia?

Bien pensadas las cosas, en las revoluciones -incluso en las pseudorrevoluciones como es la de Macias- la masa es conducida, no conductora. ¿Por qué Macías, entonces, se dejó conducir por la plebe ávida de sangre en un asunto tan serio?

Un Atanasio, un Saturnino Ibongo, especies no muy comunes en nuestra fauna política, y aún más, me atrevería a decir que especies irrepetibles en Guinea por mucho tiempo, ¿no hubieran servido en todo caso mejor en una celda que no arrojados en una fosa común como pordioseros?

Para terminar esta serie de interrogantes, quiero preguntar:

Si por la razón que fuera Ndong debía morir ¿por qué se declaró desde entonces una despiadada guerra al pueblo? ¿por qué siguen cayendo más personas inocentes? ¿por qué se nos ha llevado hasta la actual situación? Guinea existe en el mundo, pero el mundo no la conoce.

Estoy seguro que cuando Macias llegue a dar una cumplida respuesta a las anteriores preguntas, para lo que queda emplazado, y si es que se atreve a contestar, el pueblo guineano y el mundo entero sabrán, si hubo o no un intento de derrocarle por parte de Ndong, o si bien lo del «cinco de marzo» de 1969 en Bata fue un verdadero, alevoso y premeditado asesinato colectivo.

Mientras Macias no nos demuestre lo contrario, como ahora bien puede hacerlo, seguiremos pensando que lo preparó todo para quitar de en medio a Ndong y a su equipo, pues bien sabia Macias que no le iban a permitir que asumiera su actual omnímodo poder personal.

 

Con Ndong no había forma de darle mitos o dioses al pueblo. Estaba bien claro que Ndong con Macias de Presidente estaba condenado a la muerte. El único que no lo entendió así fue el mismo Atanaslo.

 

Macias ya lo había previsto desde la primera fase de la Conferencia constitucional, nada menos. Pero lo peor no fue eso, pues siempre puede haber un asesino suelto, sea Presidente de un país o hampón. Lo malo era que coincidían en este macabro propósito mentes lúcidas salidas de unas aulas universitarias y con luminosa aureola de demócratas.

 

Lo que demuestra una vez más que los más instruidos no son siempre los más probos, como bien lo dijo el mismo Ndong, ni tampoco los más honrados; es más, rara vez son ajenos a las desgracias de los pueblos.

Y en la desgracia de nuestro pueblo Macias no es más que un mero instrumento que ciertas eminencias crearon a su imagen y semejanza. Fue como un engendro político creado ex profeso para destruir a Guinea Ecuatorial. De esta manera, los antifranquistas de nueva ola combatían a Franco, destruyendo a Guinea; de este modo salíamos maltrechos hasta los que nada tuvimos que ver con la guerra española. Se quería combatir a Franco y Guinea fue tomada como campo de experimentación y arma política.

Hasta hace poco, los antifranquistas folklóricos seguían viendo en Macias al gran líder progresista de Guinea Ecuatorial. Pero unas oportunas elecciones generales dieron pie, para que los que tenían todavía los ojos vendados cortaran las alas y parasen los pies de los oportunistas, trepadores y arribistas, que querían seguir su lucrativo juego de «demócratas de siempre».

Y, como bien lo dice un sabio del pueblo, reiterando un proverbio «fang»: «Siempre que se me rompe la cabeza a otro se le hace añicos».

 

Abortado, pues, el golpe, no se detuvo la orgía de sangre; así siguieron cayendo vidas, como la de Djamanene, Edjo, Mbá Micha, Watson, Ropo Uri, Torao Sicara, Copariate, Manuel Ncogo, Nguiema Efúa, Gori Molubela, Aba-ga Oná, Ondó Mengüé y una interminable lista más…

 

El relato del imaginario golpe de Estado, con que soñó Maclas y le brindó la magnífica ocasión de acabar con Ndong, suele terminar así, aunque la exactitud y concordancia nunca son méritos de las manifestaciones de Macías:

 

A su paso por Madrid, de regreso de Addis-Abeba, Atanasio Ndong se reunió con Castiella y Fraga, que le animaron a dar el golpe de Estado, garantizándole el apoyo de las Fuerzas Armadas españolas que todavía estaban estacionadas en Guinea. Para acelerar la operación y demostrar su interés, por si Ndong vacilase, le fletaron ese avión especial y le dieron un cheque de noventa millones de pesetas.

 

Entonces Ndong, animado por la sugerencia, aceptó el dar un golpe de Estado para eliminar a Macíás de acuerdo con los Ministros españoles.

Atanasio hizo lo que se le había encargado, y en el justo momento en que la Guardia Civil y la Marina de Guerra debían colaborar para el éxito de la operación, salió una contra orden de la Castellana, 3.

La clásica falta de entendimiento de entonces y de siempre entre la Presidencia del Gobierno y el Palacio de Santa Cruz- disponiendo que no se moviera un solo soldado español.

De ese modo, siguiendo esta versión de Macias, cayó Atanasio en una doble trampa y engaño, y los colonialistas, los malvados explotadores, que quisieron ayudarle, asistieron impávidos a su derrota y muerte, al espectáculo de verlo morir como serpiente, a palos.

Este punto de la versión, lleva como enganchado y a remolque la idea del «bondadoso» corazón de Macias, «tierno» y «blando» corazón, que comprende cómo Atanasio fue «utilizado»…

Fue Macias el que también dijo, tratando de excusarse de la responsabilidad por la horrible muerte de Saturnino Ibongo, que éste «se había suicidado en la celda de la prisión, ante el temor de ser interrogado»…

No, no es posible entender cómo Atanasio Ndong no acudiera nunca a esa fuente que le podía dar tan buenos consejos como era Monseñor Nzé Abuy, Obispo de Río Muni y pariente suyo.

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(*) Este texto reproduce con exactitud el capítulo V del libro de Francisco Elá Abeme, «Guinea. Los últimos años«, publicado en 1983 por la editorial canaria Centro de la Cultura Popular Canaria. La Introducción del libro, firmada por el autor, tiene fecha de junio de 1978, lo que nos lleva a deducir que la redacción del libro es algo anterior a esa fecha.

Francisco Elá Abeme es abogado y vive en el exilio.

(1) En un día, y con aquellas carreteras llenas de hoyos, quisimos celebrar tres mítines que exigían, por su importancia y la difícil movilidad en el desplazamiento, un día cada uno. Era como si fuéramos a desplazarnos en helicópteros o avionetas; a la americana, cuando los destartalados Land Rover que teníamos los repostábamos de nuestro bolsillo.

(2) ¿No es hora ya, Ángel, de que aclares lo que pasó en aquella noche en Bata, en la que decidisteis acabar con todos los que amenazaban vuestros cargos? Guinea te lo agradecería sin duda, más que el haber enviado al cielo de la cárcel de «blackbeach» en Santa Isabel y desde Ngoro-Ayop a sus desgraciados hijos con las cabezas partidas y con el carnet de vuestro Partido Único Nacional de Trabajadores clavado entre los dientes.

http://www.asodegue.org/hian.htm