Un manifestante con un cartel que dice «Queremos a Rusia», en Uagadugú, Burkina Faso, el 19 de febrero de 2022. Olympia de Maismont/AFP
A los ojos de muchos países africanos, los chinos y los rusos se están imponiendo a los occidentales, demostrando que es posible crear riqueza sin libertad política. Modelos a seguir, según estos países, sobre todo para liberarse de la relación con Francia…
Por Francis Akindès
La muerte de Mijail Gorbachov es un recordatorio de lo mucho que han cambiado el mundo y el equilibrio de poder en los últimos treinta años. Esta figura política que marcó el fin de la Unión Soviética está más dividida que nunca.
Algunos lo adoran por haber marcado un punto de inflexión histórico, el fin de la Guerra Fría. Otros, en Rusia, le culpan de haber hecho perder al país su grandeza. Vladimir Putin, antiguo agente de la KGB, pretende recuperar este poder con una oferta política que, desde una perspectiva africana, parece representar una alternativa al modelo occidental.
Peregrinación a Moscú
No hay nada intrínsecamente problemático en que el continente busque una alternativa a Occidente, siempre que cultive su propia visión y tenga el valor de admitir y, sobre todo, de curar sus propias fragilidades. Centrar la atención en el otro, el antiguo colono europeo ahora en problemas con Rusia, moviliza a tantos malienses para que peregrinen a Moscú. Y los taxis en las calles de Abiyán para exhibir el retrato de Putin, como si se tratara de una venganza imaginaria contra el antiguo colonizador…
Por su parte, Francia devuelve a África objetos de arte saqueados durante la colonización, crea una comisión mixta de historiadores -anunciada durante el viaje de Emmanuel Macron a Argelia- y seguramente creará otras en otros lugares, como si estos gestos pudieran sustituir el reformateo de una relación Francia-África que cada presidente francés dice «refundar», sin que los cimientos se muevan realmente.
«¿ES AMONTONANDO IMPERIALISMOS COMO SE SALDRÁ DE ESTE LÍO EN EL ÁFRICA FRANCÓFONA?»
La mayoría de los países «socios», tanto «tradicionales» como «emergentes», organizan cumbres y una serie de foros a los que los líderes africanos acuden con la mano tendida, ofreciendo, para algunos, un espectáculo lamentable. En estos foros en los que no pasa nada, Japón critica, como hizo en la última Conferencia Internacional de Tokio sobre el Desarrollo de África (Ticad), el endeudamiento de los países africanos con China.
En otras palabras, los grandes hablan entre sí, a través de los africanos. ¿Qué debemos aprender de esto? Es posible acceder a la financiación de los donantes que están dispuestos a hacer la vista gorda ante la corrupción. Al final, son ellos los que deciden qué hacer con África, mientras que los africanos no tienen claro qué hacer con ellos mismos.
Venganza contra Occidente
La percepción dominante en el África francófona es que los pueblos que creíamos derrotados, los rusos y los chinos, se están vengando de Occidente, derrocando el orden establecido y el horizonte casi místico e insuperable del neoliberalismo.
Su experiencia demuestra que es posible crear riqueza sin libertad política, en un contexto de autoritarismo descarado y aceptado. En el afán de salir del enfrentamiento con Francia, algunos en el continente acuden, con los brazos cruzados, a otros dominadores: los rusos dan armas -lo que sin duda asegura la retención del poder- pero no dan las instrucciones para reabrir las escuelas y los centros de salud cerrados por los yihadistas.
Además, aquellos -los rusos y los chinos- que tomamos por recién llegados ya estaban en el continente en los años 70, en Malí, Benín (durante la dictadura marxista de Mathieu Kérékou) e incluso en Guinea-Conakry. ¿Recordamos lo que hicieron entonces? ¿Acaso los mismos rusos no ofrecieron generosamente quitanieves a Guinea, que acudió a ellos menos por convicción ideológica que para romper el aislamiento diplomático en que se encontraba tras su independencia por fórceps en 1958?
¿Será amontonando imperialismos como el África francófona saldrá de su apuro? Sabemos que a los «socios de desarrollo» les interesan las materias primas y los nuevos mercados para sus productos. ¿Qué quiere Europa hoy en Argelia? ¡Gas! Y, como por arte de magia, ya no se puede considerar al presidente Abdelmadjid Tebboune como un problema. Ahora está absuelto.
Supuestas tendencias autoritarias
Se está construyendo una nueva ideología de validación del autoritarismo, en varias formas. Los ídolos del momento son Paul Kagame, que lo encierra todo con un argumento de seguridad y desarrollista, o Patrice Talon, que se presenta ante el Medef en Francia para asumir, algo impensable hace diez años, la privación de la libertad de expresión en Benín. En esencia, dice que ha privado a la gente del derecho a la huelga porque, en un país, hay que trabajar. Es como si dijera: «Su democracia importada de Occidente no ha producido nada. Es hablar contra el desarrollo. Ahora cállate, estamos haciendo desarrollo. Legitima, en aras del neoliberalismo, el encorsetamiento de la libertad en su país y lo asume.
Las juntas militares de Burkina Faso, Guinea y Malí critican el antiguo orden, apoyado por Francia, que excluía a los jóvenes y tampoco producía desarrollo. Tomar las armas, prometer una alternativa sin definir sus contornos y tomar el poder es un proyecto. Los golpes de Estado se celebran con entusiasmo en la calle, aunque algunos de sus autores, como el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba en Burkina Faso o el coronel Mamadi Doumbouya, sean productos de los antiguos sistemas. El primero, miembro del entorno de Blaise Compaoré, trata de reintroducirlo en el país e incluso intenta, de forma torpe, evitar la ira de la justicia.
Es como si, desde las elecciones de Donald Trump y Jair Bolsonaro, y fascinados por los estilos de liderazgo del húngaro Viktor Orban y del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, los africanos sintieran que ahora también tienen derecho al populismo.
Quand l’Afrique réclame le droit au populisme – Jeune Afrique